martes, 29 de marzo de 2011

¡Con un dedo de espuma, por tus muertos¡

En Bilbao abunda el hostelero que primero te sirve una cerveza de mierda y luego te lloriquea por lo mal que está el sector. ¿Tan difícil es servir una buena birra? Si es lo que haces cien veces al día, me vas a cobrar casi tres euros por la broma y, además, esta es tu profesión, ¿no deberías prestarle un poco de interés? La cosa no es imposible, de verdad, colega, está al alcance de cualquiera, y Bruno Pekín se percata de ello cada vez que pisa Madrid, porque allí, amigos, las cañas de cerveza son cañas de cerveza. Aquí, en Bilbao, la mayor parte de las veces, una puta tomadura de pelo sin espuma y con sabor a meao. Y a veces, ¡el colmo¡:¡en vaso de tubo¡ (espero que el inventor de este artefacto rompecervicales hecho para una raza sin nariz en la cara o con la boca en el culo se esté pudriendo en el infierno, sinceramente) . Mimamos el vino y meamos sobre la cerveza. Nosotros, raza de gastrónomos exquisitos, cruzados del buen paladar, enólogos sublimes …¡Ja¡¡Cuánto cuento por aquí, tú¡. Amigos de la caña bien tirada, ahora que llega el buen tiempo y se llenan las terrazas, acabemos con tanta injusticia: ¡denunciemos a los asesinos de la buena cerveza¡¡boicot activo a sus locales¡¡seamos insensibles ante sus gimoteos¡¡acabemos con el maltrato al cervezómano¡. Ke así sea. Amén.

lunes, 28 de marzo de 2011

Coleccionistas

La nave extraterrestre tenía la forma de un gigantesco huevo invertido. Construida de un material para nosotros desconocido, impresionaba no solo por sus dimensiones, sino tambien por carecer de fisura alguna o puntos de ensamblaje. Toda ella era una superficie lisa y compacta. Vista desde fuera, su solidez era total. Lo dicho: un gran huevo. Grande y brillante. Un huevo invasor. Había surgido de la nada esa misma mañana y se mantenía en suspensión, a escasos metros del suelo, en pleno Arenal, el centro neurálgico de Bilbus, en una quietud total. Tras los primeros instantes de sorpresa y en cuanto le fue posible, la policía euskadiana había establecido un perímetro de seguridad en torno a la nave y, desde entonces, una multitud expectante nos apretujábamos en torno al círculo de vallas ocupando la plaza y los puentes sobre la ría. ¿Quién iba a perderse algo así?. La pequeña tarima con sistema de megafonía que un grupo de nerviosos operarios municipales había levantado en la planicie desierta que se extendía entre nosotros y el artilugio extraterrestre seguía esperando a ser utilizada. Por fin, cuando el cielo anuncia ya el rojo atardecer sobre Bilbus, se advierte cierto revuelo y podemos ver cómo un cortejo de figuras de aspecto variopinto sobrepasa la cinta de protección y se dirige, con lentitud y parsimonia, a través de la tierra de nadie, hacia el entarimado de bienvenida. La multitud contiene ahora el aliento y el silencio sería total si no fuera por una voz aguardentosa que en un momento dado, desde algún lugar, berrea a un volumen superlativo: - "¡Ahí estamos señor alcalde: con dos cojones¡"Efectivamente, se trata de Azkuna, el correoso gobernador de Bilbus, que avanza con sus mejores galas, abriendo con audacia la procesión, apoyándose en un ornamentado bastón de mando, con la lujosa guerrera de protocolo aplastada bajo el peso de las cien medallas de calidad urbana que son el orgullo de la ciudad y el pecho cruzado por una banda de seda de colores brillantes y aspecto magnífico, aunque tal vez un tanto recargada de lauburus dorados y nudosos floripondios de amarre. Un par de pasos tras tan egregia figura caminan con evidente acojono un dantzari y el jefe de la policía municipal cargado de pistola lateral lista para lo que haga falta, además de txistu y tamboril. Un poco más atrás cuatro jugadores del Athletic en atuendo del Club transportan sobre sus hombros la temblequeante imagen de la Amatxu de Begoña y, tras ellos, dos conocidos cocineros locales arrastran una mesa móvil llena de elaboradísimos pintxos y bebedizos autóctonos en botellas de formas diversas. Finalmente, en manada compacta, como un cuerpo con muchas cabezas, se desplaza por la planicie la corporación de Bilbus en pleno. Rodeados de nuevo por un silencio sepulcral, el cortejo llega a la tarima; todos se detienen, el alcalde sube los dos escalones – se oye el crujir de las tablas-, agarra el micrófono con la mano libre y da una bienvenida en clave jatorra ( es su estilo inconfundible, su marca), con su mejor mirada de aguilucho político clavada en la impertérrita superficie del ingenio ovalado de origen desconocido, a cuyos supuestos tripulantes insiste una y otra vez en definir , tal vez de forma abusivamente bíblica, como “seres venidos del más allá”. A continuación el dantzari, acompañado torpemente en la parte musical por el capitoste de la policía municipal, brinda un aurresku al Huevo Galáctico, que no parece conmoverse en absoluto. Y luego no pasa nada. Se crea un nuevo silencio que Nacho de Felipe, amparado en la masa y quemado por no haber sido aceptado en ese comité de bienvenida, aprovecha para hacerse oir con uno de sus trinos: - Gora ta gora beti, haik gora Lapudiiiiiiiiiiii, euskerak bizi gaitu, eta bizi bediiiiiiii…-entona empañado en emotividad mientras echa miraditas a su alrededor esperando que la masa le coree el himno inmortal. Pero en vez de eso le hacen callar de no muy buenas maneras. Incluso un tipo demasiado parecido a Jon Juaristi para no ser él, le acierta en la cabeza desde unos metros más allá con el troncho baboseado de una manzana reineta. Nacho mira furibundo a su alrededor pero, a tenor de lo que ve - una caterva de desagradecidos, la eterna falta de apoyo del genio incomprendido- opta por tragar el sapo y olvidarse del tema. El atardecer está ya dando paso a la noche sobre Bilbus y la escena parece haber entrado en un colapso, un verdadero callejón sin salida del que nadie sabe cómo salir, cuando de pronto acontece algo que atrae todas las miradas: como sacudido por una descarga eléctrica, Azkuna se pone rígido de verdad, los miembros se le pegan al cuerpo, la makila cae al suelo, los ojos se tornan blancos y con una voz como de aluminio que para nada es la suya brama: - Recibid nuestros saludos, habitantes de Euskadia…- el alcalde está, sin duda, en trance, la fuerza galáctica está en su interior, se expresa a su través, un rumor de temeroso asombro se eleva de la masa- somos una civilización lejana con una única pasión: el coleccionismo. Y vosotros, euskadianos sois un cromo escaso, en peligro de extinción y difícil de conseguir. Nos llevamos, por lo tanto, éste ejemplar de muestra. Lo necesitamos. Con él nos basta. No queremos arrebatároslo por la fuerza. Así que os lo pedimos por cortesía. ¿Dáis licencia? Por supuesto, dijimos que sí. Tal vez demasiado rápido. Tal vez con demasiado entusiasmo. Pero fue un clamor único. Sin apenas reticencias. Ni siquiera entre las mismas filas nacionalistas que otrora acogieran como larva política al procer. Al fin y al cabo, a él siempre le habría gustado llevar la imagen de Bilbus lo más lejos posible. Así que tan solo nos quedó presenciar asombrados como el cuerpo de nuestro alcalde comenzaba a levitar de forma solemne, abandonaba la tarima y flotaba hasta lo alto del huevo, donde ya lo perdimos de vista, probablemente engullido por una escotilla invisible. A continuación, la nave tembló ante nuestros ojos , como una imagen televisiva mal sintonizada, y finalmente se desvaneció en el aire mismo sin dejar ni rastro. De Azkuna solo quedó el solitario bastón de mando abandonado sobre la madera. Se desmontó el operativo en un plis-plas, devolvimos a la amatxu a su sitio y muchos de nosotros nos largamos a tomar los vinillos de rigor. En mi caso, Por la Alameda de San Mamés. Había sido un día curioso, sí señor. Conversación no nos iba a faltar.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Días extraños




Hay algo en los días extraños que corren en este marzo de 2011 que parece conectar con esta cara crispada, protagonista de una de las mejores portadas del rock. “In the Court of the Crimson King” era, en 1969, el primer disco de King Crimson, una banda que iba a tener una trayectoria sorprendente. La portada fue el único dibujo de un programador informático, Bary Godberg, que moriría a los pocos días de publicarse el álbum de un infarto de miocardio. Tenía solo 21 años. El disco se abría con un tema tan contundente como angustioso: “El Hombre Esquizofrénico del Siglo XXI”, al que el etéreo Pete Sinfield ponía –como al resto de las canciones del álbum- la letra. De forma clarividente su última estrofa decía :“Mortal y ciego germen de la codicia del hombre/hijo de poetas violentos muertos de hambre/no necesita para nada lo que tiene/Hombre esquizofrénico del siglo XXI”.
El verdadero hombre esquizofrénico del siglo XXI ya está aquí, muy cerca de ti. Demasiado cerca. Tiene más de cuarenta años y ha ido asesinando poco a poco, día tras día, cada uno de sus sueños de juventud, pero al no haberse deshecho de sus cadáveres, abandonándolos –por ejemplo- en el contenedor de su calle, troceados en bolsas de plástico del Consumer, éstos siguen apareciendo de vez en cuando en el fondo de un cajón, en el arranque de una canción de Lou Reed o en el fotograma de una película, chafándole un poco la vida, jodiéndosela como a Hamlet el fantasma de su padre. Es algo que pasa de vez en cuando. Afortunadamente, muy de vez en cuando. Por lo demás, el hombre esquizofrénico del siglo XXI es bovinamente agradecido con quienes le enculan día tras día en el trabajo (mueve el rabo agradecido cuando cualquiera de esos inútiles capullos de la cadena de mando le pasa la mano por el lomo), le ningunean en su propia familia, le machacan en la seguridad social o le atontan desde los medios de comunicación. Cree que en realidad la cosa no es para tanto y que todo eso, dejarse tratar así, merece la pena por lo que obtiene a cambio y, además, ¿qué le vas a hacer? (¡la vida es así¡), porque aquí lo que hay es mucho listillo que va de destroyer con posturitas inmaduras, poco realistas, chorraditas de adolescentes y fantasiosos, que nadie le venga con ostias. El hombre esquizofrénico del siglo XXI solo ve lo que quiere ver, vive muy bien en su cómoda y un tanto ruin burbuja de alimentos saludables, gas natural, libros de autoayuda camuflados, cultura levemente selecta, solidaridad de baja intensidad y un indudable compromiso ecológico. Quiere lo mejor para sus hijos (a los que devora vilmente con la mejor de sus intenciones, tatuándoles sin querer sus propias frustraciones y por los que haría cualquier cosa, hasta dejarse cocer a fuego lento si hace falta, of course), es responsable en la carretera y oye indistintamente discos de Verdi y Pearl Jam ignorando la guerra social que le rodea porque descree de todos los que toman partido (ay, la vida…te hace desconfiar de todo y de todos), y eso le viene muy bien: “ ¿Wikiliks?...¡A saber lo que hay detrás de todo eso ¡…¡Quita, quita¡”. A golpe de excusas perfectas (haciéndolo así, la vida es más práctica, ¡hay que hacerse mayores, joder¡¡no hay que complicarse¡) ha ido tragando con todo: bodas, bautizos, comuniones, planes de pensiones BBVA, diálogos imbéciles de sobremesa, sopor sexual, masoquismo laboral, movistar, reuniones de ikastola, lobotomías deportivas …Su lema, viendo la leña que se reparte alrededor, es “virgencita, virgencita, que me quede como estoy”, que es la versión autoindulgente del “ande yo caliente…”. El hombre esquizofrénico del siglo XXI adora, por encima de todo, la protección. No lo dice muy alto, ni siquiera se lo confiesa con claridad a sí mismo, pero en el fondo le complace un mundo repleto de cámaras de vigilancia, uniformes policiales, censura mediática, ciberespacios higienizados y un puñao de partidos democráticos y sindicatos que sepan mantener todo bajo control, no vaya a ser que con tanto insatisfecho ahí fuera la cosa se encabrite y le jodan lo que cree que es su chollo.
Porque, a pesar de todo, el hombre esquizofrénico del siglo XXI siente que algo en todo esto va mal. Muy mal.
Sencillamente, no es feliz.

lunes, 14 de marzo de 2011

El turismo en Euskadia

Un buen día de turismo en Bilbus, la capital no declarada y mayor centro urbano de Euskadia, puede comenzar con la visita a la gigantesca estatua de Kepa Junkera, situada donde antaño se levantaba el Sagrado Corazón, justo en el arranque de la Gran Vía, carril principal y auténtica espina dorsal de la ciudad. En actitud sentada, con la trikitixa entre sus manos y el característico gesto reconcentrado del que acaba de acordarse de que se ha dejado un fuego encendido en casa, el bardo legendario aparece esculpido en mármol de Treviño con un realismo poco menos que apabullante. En los diferentes niveles del interior de esta obra sin par, el turista va a toparse con el museo del artista y un amplio auditórium, en el que de forma ininterrumpida se representan holográficamente escenas de su prolíficamente agitada biografía musical. Finalmente, y si el tiempo acompaña, disfrutar de una buena fuente de bacalao a la vizcaína con bogavante confitado en una de las dos terrazas situadas a ambos lados de la testuz del músico y compositor, con la ciudad palpitante, ahí, a nuestros pies, va a hacer, a buen seguro, de esta visita un recuerdo imborrable.
Una vez con el estómago lleno, podemos descender paseando por la cosmopolita Gran Vía hasta el muelle-atracadero de la Vieja Estación de Santander , desde donde parten las visitas guiadas en minisub al Casco Viejo Sumergido. Pocas cosas comparables a una experiencia como esta. El ingenioso aparato está adaptado para ocho plazas, aunque se llena en raras ocasiones. Está construido con paredes acristaladas casi en su totalidad que permiten una visión panorámica de 360 grados y dotado de un potente foco ciclópeo frontal que penetra con furia en las aguas turbias para mostrarnos - tras la inmersión, mientras avanzamos como una mancha diminuta devorada por el oceano, flotando en sus entrañas- una Barrencalle con corales de brillos asidrados, un mercado de techo acristalado invadido por plantas como gigantes cabelleras verdes que se agitan en una ondulante danza de lo más solemne y el interior místico y fantasmal de una gran catedral de paredes oscuras donde, casi con total seguridad (aunque la empresa no lo garantiza a un cien por cien), se puede contemplar la lucha por la supervivencia entre feroces colonias de mublesaurios y mojarras descomunales.
Y tras tres horas de un viaje submarino que será imposible de olvidar, suena prudente regresar al hotel, darse una buena ducha y perfumarse para una buena cena y, si hay cuerpo para ello, entregarse despues a una emocionante noche de patxaran enriquecido, real-sex y vodevil en las calles de Bilbus la Vieja, donde el tiempo no existe porque alguien lo robó en el ya triste , aunque no tan lejano, arranque de este siglo XXI.

jueves, 10 de marzo de 2011

El milagro de la vida

El caso es que tengo tiempo libre. Mucho. Para dar y tomar. Así que me dedico a pasear por Euskadia. Es fácil. Salgo a la calle y me sumo al flujo de zombis que traquetean animosos de aquí para allá. A veces luce un sol del carajo y, en otras ocasiones , unas nubes de mierda nos escupen desde lo alto, tal y como es su obligación. Sea como sea, haga frío o calor, la coreografía cotidiana incluye indefectiblemente, en los primeros diez metros de mi acera, grumos de rumanas empujando carricoches repletos de afilada metralla a través de un vía crucis de contenedores, perros en albornoz a cuadros fumando marlboro light mientras cagan sobre un periódico abierto en el que se puede leer “El Festival de Sitges rechaza que “A Serbian Film” sea un filme pornográfico” y, cómo no, agrios taxistas manipulando toneladas de rencor pesetero a la sombra apestosa de sus vehículos en flor. El milagro de la vida en todo su esplendor. Una fiesta, tú. Y estamos invitados.