lunes, 29 de agosto de 2011

ALGO PASA EN MANCHESTER

WU LYF son la nueva promesa de Manchester, una ciudad con pedigrí musical que ha dado bandas de la talla de Oasis, Joy Division, The Stone Roses, Happy Mondays, Chemichal Brothers o The Smiths, por poner solo unos ejemplos. Una ciudad con altas dosis de desesperación postindustrial y creatividad callejera en un constante pulso con la cercana Liverpool (el primer ferrocarril de la historia unió estas dos ciudades, desde entonces la rivalidad es constante). Corren tiempos duros aquí, como atestigua la facilidad con la que los disturbios londinenses se extendieron hasta estos barrios.
WU LYF (World United¡ Lucifer Youth Foundation) llegan rodeados de un aura de integridad y combate. Son alérgicos a las entrevistas y dícese que han rechazado ofertas de poderosas discográficas decididos a cumplir el sueño eterno de no perder el control de sus propios pasos. "Go Tell Fire To The Mountain", su único album hasta el momento fue grabado en una iglesia abandonada de las afueras de Manchester. Y tiene un aire especial: gargantas quemadas, voces caníbales que distorsionan y berrean palabras difíciles de entender, una intensidad gospell y clima tribal. El resultado llama la atención. Y el video tiene algo de crónica de este extraño verano 2011.

domingo, 28 de agosto de 2011

EL VERDADERO ALMA DE LA FIESTA

Si un día de estos se me apareciera un genio maligno y me dijera: "Escucha, mísero mortal, ya no tengo paz ni dentro de la lámpara, harto estoy de tanta fiesta, tanta aste nagusia y tanta ostia en vinagre. Voy a poner punto final a todo esto. Voy a arrasarlo todo. Todo menos una cosa. De tí depende cual". Diréis: vaya brete. Pues de eso nada. No iba a dudar un solo segundo. Adiós a los toros (con gusto, pa qué negarlo), a las txosnas, a los fuegos y al txupín. Ná de todo eso. Yo me quedo con los autos de choque. Al resto ya le pueden dar.
Afortunadamente no soy el único. Somos legión los que vemos en esta atracción sin par lo que Borges, ese gran empresario de frutos secos que escribía en sus tiempos muertos a la sombra de los pistachales, llamó El Aleph: ese punto concreto en el que se concentran todas las características del universo. Sí, ese lugar son los autos de choque. De todos los homenajes que se les han hecho (y que nunca serán suficientes) el de Los Desgraciaus destaca por su concisión descriptiva. La música evoluciona imparable a partir de la deconstrución armónica del bocinazo de la pista y se va elevando hasta el paroxismo final. La letra es canela en rama, conectando con la vida real sin complejos, alcanzando niveles líricos que para sí quisieran un Dylan, Natxo de Felipe o el mismísimo Bisbal. Todo un lujo, sí.

viernes, 26 de agosto de 2011

LOS MEGABILBAINOS

Esta ciudad, Bilbao, cuenta con unos personajes que se creen más bilbainos que nadie. Como liberales y librepensadores que son – y que nadie les diga lo contrario, porque entonces les llevan los diablos- pasean por las calles como pavos hinchados, de vermú selecto en vermú selecto, controlando que su corraleja se mantenga en los límites de la sana tradición y el buen fuste. Términos que ellos y solo ellos saben definir (¡faltaría más!) y que les puede llevar, como al inefable Jon Aldeiturriaga, gerente de la Asociación de Comerciantes del Casco Viejo, a afirmar que lucir levantados los cuellos del niki no es bilbaino. Vaya, vaya. Estos Megabilbainos son endogámicos, se cuecen en las mismas pilpisalsas, comulgan en las mismas capillas del gran cocido vasco, se mezclan entre sí en los mismos eventos gratis total (a poder ser en marcos incomparables, con fondos de cultura gourmet, disfrutando de puccinilandia pero sin hacer ascos a springsteen) en los que se palmean las espaldas sin descanso. Son tambien muy amigos de regalarse entre sí titulazos como el de “Bilbaino de Honor” y otras chorradas de una estupidez siempre a prueba de balas. Ellos son los propietarios de la ciudad, los demás vivimos de alquiler. Y gracias. Si el destino les lleva a un evento multitudinario son teletransportados a la zona VIP donde son tratados a cuerpo de marajá a costa del erario público o de la empresa organizadora que busca, con la rosca, un trato de favor. Cuando conviene, les basta un telefonazo para aparecer en los periódicos respondiendo a las preguntas que ellos quieren responder, pero cuando un despistado plumilla les busca ellos nunca están. Acuden perfumados a la radios y televisiones, donde se les trata sin excepción con un sumiso guante de seda, como mucho en clave de jiji-jaja, qué-bien-lo-pasamos-todos, entrevistas de las que siempre emerge un tipo campechano, jatorra y superguai que ¡aaaaamaaaaaaa! Bilbao como nadie y que tiene un poco de prisa porque le gusta ir a los toros en la Aste Nagusia. ¡Hoy torea Ponce!. Y la invitación le quema ya en el bolsillo.

miércoles, 24 de agosto de 2011

ESCENAS DE LONDRES

El Kapu camina delante de mí con el txoto sobre la cabeza, atosigado por la lluvia cazurra que ahora cae a plomo sobre Londres. Ante nosotros, la avenida de seis carriles se pierde en la niebla húmeda del horizonte. Autobuses de dos pisos y coches de todas las marcas zumban a nuestro alrededor con los limpiaparabrisas diciendo “no” una y otra vez. Say no, no, no. Como en la canción de Amy. A nuestras espaldas hemos dejado el barrio de Camden, una de las mayores concentraciones de moda excéntrica, diseños paranoicos, cocinas variadas y centros de tatuaje y perforación de todo el mundo. El lugar que eligió Malcolm McLaren como punto de partida para su surrealista cortejo fúnebre. El distrito que la Policía londinense corrió a controlar apresuradamente hace tan solo unos días, cuando estallaron los disturbios de los que habla todo dios. Porque esto arde muy fácil y a lo grande. En lo humano y en lo material. Ya se vió hace tan solo dos años. Camden ha conocido mejores momentos, pero aún conserva músculo y excitación suficientes para poner tus cinco sentidos en alerta naranja. Salvo que estés muerto. Como Amy. O muy drogado.
Hemos llegado hasta aquí en el metro (aquí, dícese "underground"), a bordo de la Northern Line, la línea marcada en negro, conocida entre los londinenses como la Misery Line por su funcionamiento imprevisible. Hoy se ha portado bien. Sin sobresaltos. Y aquí estamos. Nuestro objetivo es encontrar el Jazz Café, donde esta misma noche actúa José Feliciano, un mito viviente, un curriculum galáctico, un todoterreno musical capaz de transitar las sendas del pop, el jazz, el bolero y la bachata a un tiempo y sin despeinarse.
- Algo va mal, creo que nos hemos equivocado- dice El Kapu frunciendo el ceño bajo la lluvia y ante un panorama cada vez más desolador- .
Caminamos en dirección contraria.
Efectivamente, desandamos el camino para comprobar que el Jazz Café se encuentra a veinte metros escasos de nuestro punto de partida. Desde el exterior, el local tiene el aspecto de una whiskería fina. A través de una cristalera ahumada se perciben botellas caras y relucientes alineadas bajo luces verduzcas y rosadas. El armario negro que defiende la entrada nos mira como quien ve dos acelgas mojadas y responde al par de humildes preguntas de El Kapu con la simpatía de quien está sufriendo una perforación de úlcera y ha encontrado al culpable. Remata la jugada señalándonos un papel en el que se detalla la existencia de un derecho de admisión al sagrado local y las condiciones del mismo. Tolerancia cero, la moda Cameron para el Londres de hoy. Obviamente el cancerbero ya nos ha catalogado. Y no estamos en el casillero de los respetables clientes que consumen Moet Chandon. El muy cretino no sabe que apenas bebemos otra cosa.
- ¿Qué te ha dicho? –le pregunto a El Kapu, que lleva las riendas del lenguaje de los nativos, el mismo en el que yo invierto toneladas de ignorancia- ¿a qué hora empieza Feliciano?.
-
Me ha dicho que a las nueve y nueve.
-¿A las nueve y nueve?
-
Pues sí. Nain-nain, eso ha dicho.
-¿Qué raro ,no? A las nueve y diez tendría un poco de lógica, pero a las nueve y nueve…
-
Pues eso ha dicho, nain-nain.
Así que mientras decidimos si Feliciano sí o Feliciano no, llenamos un poco el buche a la manera italiana y luego nos dirigimos al “World´s End”, nombre más que apropiado para u
n señor Pub que pasa por ser uno de los más grandes de Londres. Sentados en sendos taburetes, trasegando unas pintas de Guinness, charloteamos ante un enorme ventanal por el que desfila la fauna variopinta de estos lares. Esto es la gloria. Nos sentimos vivos y afortunados. Que no es poco. La lluvia, ahí fuera, va cesando. A nuestro lado un grupo folk abre un túnel del tiempo directo al medioevo a base de violines, flautas, guitarra y percusión. Bajo nuestros pies vibran las complicadas tripas de Londres. Cloacas y ríos soterrados. Y túneles. Túneles y más túneles: los activos y abandonados del “underground”; la inmensa red subterránea del servicio de Correos, capaz de trasladar una carta de un extremo a otro de Londres en cuestión de pocos minutos; túneles blindados del Banco de Inglaterra, por los que se distribuye el dinero a los bancos, de caja fuerte a caja fuerte; incluso los almacenes Harrods cuentan con su mundo subterráneo de almacenes, frigoríficos, bodegas e incluso su estación de policía. Todo eso y mucho más conforma el otro Londres, el que late bajo nuestras suelas, un mundo oculto y tenebroso, negro como nuestras Guinness, en el que reinan millones de ratas pardas llegadas desde Rusia en el siglo XVIII para desplazar por los siglos de los siglos a la más endeble especie local. Sentados pues sobre ese cosmos, viendo caer ya la luz del día, bebemos nuestras pintas mientras más al sur de la ciudad, en la Royal Court of Justice, se reparten penas durísimas a los implicados en las revueltas. Algo que, a buen seguro y a la larga, no traerá nada bueno. Trago va y trago viene: bebemos nuestras pintas sin saber que más tarde, explorando el barrio, toparemos con músicas nocturnas, laboratorios sonoros al aire libre, en los rincones más químicos de Camden Lock.
Bebemos nuestras pintas sin saber que finalmente, algo más tarde, veremos y oiremos al gran José Feliciano. Lo haremos desde la calle, sobre la acera y a través de los cristales ahumados de la entrada del Jazz Café.
Pero lo haremos. Porque cuando a El Kapu se le mete algo en la mollera…

viernes, 12 de agosto de 2011

OPERACION ASTE NAGUSIA

Siempre hay un imbécil que justo cuando acaban los fuegos artificiales, sin esperar ni un solo segundo, arranca el coche y se abre paso entre la masa de gente a golpe de bocinazos. A este subnormal este año le vamos a hacer comer su cuatro ruedas tuerca a tuerca. Cuando haya ingerido todo el Citroen, será elevado gracias a una plancha imantada hasta lo más alto de la grúa Carola, desde donde podrá seguir de forma privilegiada no solo las fiestas de este año, sino tambien las de los treinta siguientes.
Siempre hay un carachorra, tambien, al que la inmoderada ingestión etílica le hace creerse Fred Astaire. Indefectiblemente le sucede cuando más rodeado de gente está, preferiblemente en la órbita de las txosnas y lugares concurridos de alterne, que constituyen su hábitat natural y biozona de nidificación. En realidad lo único que hace es bailotear como quien pisa de pronto ascuas encendidas, con la cabeza caída y bamboleante sobre el pecho, girando sobre sí mismo con los dos apéndices superiores – cuyos extremos prensiles, similares a lo que en alguien normal llamaríamos manos, transportan, respectivamente, un caldo cervecero con el que riega a su entorno y un filtro de cigarro que aún se consume de forma pestífera- apéndices superiores, decía, que este nureyev local mantiene medio levantados en un claro homenaje a la jota navarra. Acompaña el pavo esta fascinante coreografía con unos sonidos vocales del tipo “naaaaa naaaa na na naaaaa” o algo así que, intentando ser musicales sin lograrlo, cumplen eso sí la condición de no coincidir nunca, ni por asomo, con la canción que suena en ese momento. En realidad, ni con esa ni con ninguna. Son sencillamente inhumanos. Para acabar con este pesadillesco personaje es necesaria la unidad. Me explico: normalmente la masa cariacontecida se abre y le deja un hueco al showman. Este año no. Este año en cuanto dé el primer saltito nos vamos a cerrar sobre él y cuando nos volvamos a separar solo va a quedar la colilla y el vaso de plástico.
Hay tambien lelos que cuando pillan un micro (donde sea) se lo meten hasta las amígdalas, lo ponen al máximo y berrean como cerdos en san martín idioteces monumentales; hay concejales – y alcaldes- que hablan a la ciudadanía con un tonillo jesuíticamente autoritario, tal y como se dirigiría un padre a unos niños traviesos y descerebrados (en Bilbao, el barbado Sabas intentando prohibir la harina en el txupinazo); hay komparseros superestars que creen haber inventado la fiesta y que les pertenece un poquito más que a tí y políticos que la ven como una campaña electoral; hay cacos con la piel de mil colores que ahora mismo ya tienen puesto el ojo en tu casa; toros que están pastando bajo el sol vertical de Salamanca y vendrán hasta aquí , hasta una plaza de arena gris, a pasarlo de muerte bajo la mirada atenta y popular de Ramontxu "Nomepierdounacorrida" García; empleados de la limpieza con depresión pensando en la enorme cagada que se les viene encima; ratas avariciosas pergeñando cómo pegar el palo a los guiris que nos visitan, palo, sí, palo en las terrazas, en el plato de bacalao a la vizcaína, en la tortuosa carrera en espiral patrocinada por el taxista camino del hotel…
Y aún así, a pesar de todo, estas fiestas que llegan son cojonudas. Porque la gente, en su inmensa mayoría, lo es.
Postdada: Por cierto, advierto este año en el populacho un grave descontento con la programación musical. Pero…¿por qué?...¡si están Oskorri y Kepa Junkera¡ Aquí lo que hay es mucho ingrato.

lunes, 8 de agosto de 2011

NI UN PUTO BLUES MÁS, POR PIEDAD

Abro la puerta y entro. El bar está vacío, si excluimos a Treska y todo un ejército invisible de bacterias bien alimentadas y en pie de guerra. Avanzo sin problemas hasta el taburete del fondo, junto al teléfono góndola rojo de toda la vida y el rebujo de periódicos sobados y revistas sudadas a juego. El trono reservado a los más veteranos. El Supertaburete. El observatorio ideal, si es que hubiera algo que ver.
Tomo asiento. Frente a mí, desde el otro lado de la barra, Treskatorce (o sea Jose Ignacio Pisuerga = "Pi" = 3,14 = Treska) y los Ramones muertos de su camiseta me observan con atención quirúrgica. Y mucha guasa. Las puntas de nuestras narices están a un palmo. Nos separa, a la altura del pecho, una muga de madera gastada. Apoyado en ella, el tío me mira y sonríe como un cocodrilo al sol. Tiene motivos. Soy un chiste.

- ¡Vaya, vaya¡ ¡A quién tenemos por aquí¡... ¿Cuánto tiempo?.. ¿Seis o siete glaciaciones?...¿un par de años luz?- musita el muy capullo en plan tony soprano, perdigoneando de paso como el aspersor de un campo de golf. En la q. En la p. En cada una de las tes. Recibo en plena jeta la lluvia radioactiva con el estoicismo de un fakir.

Últimamente he decidido hablar muy poco, lo mínimo, que sepáis. Tengo mis razones. Ya contaré, o no, ya veremos. Ahora, por ejemplo, mantengo el buzón closed, sellado hasta nueva orden. ¿Véis?. Es muy simple: dejo pasar los segundos, espero a que Mister Chernobyl o quien sea sigan piando. Y pían. Echando leches.

- Esto hay que celebrarlo...invita la casa- remata sin más a falta de algo mejor que decir. Vaya, vaya. Buenas noticias.

A Treska, que se ha trabajado una colosal barriga gracias a la concienzuda y sistemática ingestión de cataratas de cerveza , moverse en el estrecho corredor de la barra no le resulta nada fácil. Resopla como un vitorino en la curva de Estafeta mientras se desliza encajonado ahí detrás de la única forma posible: de lado, la cosa no da para más. El caso es que avanza. Con cierto arte. Nada que ver con Billy Elliot. No. Más bien parece salido de Bob Esponja. El Supercangrejo rokero o algo así. A la fuerza tiene que estar sufriendo un desgaste de cadera demoledor . El pobre. Finalmente parece haber llegado a algún sitio, farfulla no sé qué, se inclina sobre el refrigerador y revuelve en sus entrañas como si le hiciera la autopsia. Un ruido de cristales chocando entre sí se une a la música ambiente, un infumable blues de los de toda la vida, con voz lloriqueante, tediosos punteos y toda la puta pesca amodorrante y jurásica campando a sus anchas. Y aquí hago un parón, mis panas, para poneros sobre aviso de una verdad inmutable: aquí, en este cuchitril, solo blues, chicos, solo blues para vuestras orejas, estáis en la Iglesia Pentecostal del Gran Lamento Algodonero. Aquí no vais a escuchar otra cosa. Quitároslo de la cabeza. Blues y solo blues. Os lo dice un veterano.

Deshaciendo de forma estruendosa el camino llegan al fin las sanmis, la megatripa y Treskatorce, todo junto y por este orden. Fuera, llueve que te cagas. Para variar. Me he librado por un pelo del tsunami ese. El botellín está tan frío que me anestesia la palma de la mano. Amorramos al unísono un trago. Bajamos al tiempo. Sincronía. Coreografía de tugurio. Birras Dancing.

Así que volvemos a estar de nuevo frente a frente, barra por medio, eso sí, buscando palabras que nos conecten y nos hagan sentirnos parte activa de este cosmos inestable y cruel, cuando un negro subsajariano atraviesa el umbral del bar chorreando hache-dos-ó y arrastrando un mega-bolsón en el que, por su tamaño, puede esconder eurodisney al completo. O la bomba H. Va vestido como para una travesía en el Polo Norte y roza los dos metros de altura. Indolente, sin decir una palabra se acerca a nosotros, coloca bajo mi barbilla una torre de cedés y se petrifica esperando una señal. En fin, qué os voy a contar. ¿Os suena, no?. Pues eso.

A falta de otra cosa mejor que hacer, acepto la propuesta africana y decido echar un vistazo a los hits del "top barra". En un alarde de estrategia de venta, abre el desfile un engendro de El Canto del Loco. Puag. Pero bueno, hay muchos más. Los voy ojeando al tiempo que Treskatorce, por su lado, se da media vuelta con la desenvoltura de un elefante en una máquina de rayos UVA para encarar el reproductor y cambiar la banda sonora del local...¿Cambiar?. ¡Ja!. ¿Qué os dije?, escuchad: ahí lo tenéis, otro trago del cáliz sagrado del blues, más de lo mismo, ¡cómo no¡.

El negro tambien se mueve. Abre el bolsón con parsimonia y deposita ante mí una nueva columna de cedés surgidos de las destilerías clandestinas de la cultura manta.

-¿Busta claton? - dice en un susurro grave que, sin embargo, se impone perfectamente a la música ambiente. Caigo en que debe estar hablando de Eric.

-¿Clapton?...¿Eric Clapton?- confirmo, por si las moscas...

Treskatorce me oye, se gira ofendido y transforma sus ojos en dos lanzagranadas que apuntan en mi dirección.

- ¿Clapton?- escupe el cabrón con el mismo tonillo indignado con que reclama los fueras de juego en San Mamés- !no irás a comprar nada de ese mierda¡ ¿no, tío?...

Normalmente ni de palo. Antes me dejaría sacar las uñas con un alicate, pero sólo por joder a este fundamentalista del ritmo me entran ganas de hacerlo, sí, hasta soy capaz de llevarme a casa lo último de Eric, a quien considero uno de los tíos más aburridos, moñas, planos y sobrevalorados de la historia del rock. En mi hit- parade de horrores sónicos ocupa el tercer puesto. El primero es para Mark Knoffler, ya lo he dicho.


- El blues es negro, tío, ¡n-e-g-r-o¡. En eso los blancos lo único que han hecho es puta mierda. Y el capullo del Clapton es blanco, tío, blannnn-cooo... ¿capichi?...¡una puta sanguijuela, ya te digo¡ - sentencia el oráculo tabernario agitando en la mano su botellín de sanmi como los monos hacían con el hueso en la peli esa de kubrick en la que no se entiende ni ostias.

El único negro de la escena ni se inmuta. No opina. Ni por alusiones. Está programado para esperar. No hay prisa. Su cabeza está lejos, muy lejos...

Hasta que Treskatorce entra en ella con la delicadeza de una motosierra.

- Tú, Mobutu -le suelta en un alarde de diplomacia-, ¿tengo razón o no?

- Noshé- responde la estatua africana.

Treskatorce le repasa de arriba abajo, luego me dirige una miradita tuit del tipo "¿tedascuén?". A continuación compone el gesto facial de quien masca una gamba podrida (una visión que no deseo ni a mi peor enemigo) y vuelve a la carga.

- ¿Que no sabes? ¡Albercolins, yonlijúker, bibikín...¡ ¡Joder! ¿ te gustan o no?

- Noshé- repite la efigie de ébano sin moverse un nanomilímetro.

Y ahora es cuando Treska, al borde de la apoplejía, se lanza en picado.

- A ver...¿a tí qué te gusta? ¿qué es lo que escuchas? -ulula un tanto fuera de sí.

Lenta, muy lentamente, la estatua mueve unos ojos rojos, muy rojos, le mira y susurra con voz grave:

-Gusta báner.

-¿Báner?...¿Bááááner?- las asombradas cejas de Trescatorce intentan tocar el techo del bar mientras su mandíbula inferior se dispara justo en dirección contraria, pegándose a la pechera, justo en la M de Ramones. Su boca abierta de par en par es el portal de entrada a la Exposición Internacional de la Caries- ¿Báner?..¿qué hace?...¿rap?...¿ji-jóp?...

- Risha Báner - amplía el monolito totémico. Como si sirviera de algo.

-¿Risha Báner?- Trescatorce está atascado. Su cerebro está sufriendo una sobrecarga de tareas. Me mira a mí, luego al moreno y de nuevo a mí. Aquí está pasando algo y no acaba de pillarlo. Pero tampoco va a dejar pasar una ocasión así. Si el puto Báner ese le gusta a este negro, es que algo tendrá...Ellos saben, los negros estos...¡El ritmo les pertenece, joder¡...¡Ellos lo inventaron!...Báner puede ser su fichaje del año. Paciencia, Treska, se dice a sí mismo, ommmmm, aquí hay que seguir rascando, con astucia...

- A ver...¿cómo se escribe?- y pone un bic semidevorado sobre la barra con la energía de quien da un órdago de dimensiones cósmicas.

El negro, como a cámara lenta, deja la bolsa cuidadosamente en el suelo, agarra el boli con una mano y empieza a escribir en el margen oleaginoso de una página de Interviu con parsimonia, letra a letra, muy lentamente, ante la mirada taladrante de Treskatorce. Fuera, justo ahora, suena un trueno que hace temblar las paredes del bar.

Poco a poco, sobre el papel aparece R-I-C-H-A-R-D...Y luego una W, una A, una G, una N, una E y una R. ¡Wagner¡ ¡Richard Wagner¡...Jooooodeeerrrr.

- ¿Baaaagggggneeerrrrr? - Trescatorce retrocede como si hubiera recibido un tiro en el pecho. Su cara es una pirotecnia de convulsiones, un abismo abierto a la perplejidad más absoluta - ¿te estás quedando conmigo, tíoooo?...

Hacen falta aún cinco largos segundos para que un cuchillo de luz consiga abrirse paso por sus entendederas desgarrando todo lo que encuentra a su paso. Treskatorce siente, de pronto, que su mundo ha desaparecido y él estaba de vacaciones. Que nada es ya lo que era. Los valores, los santos valores se han ido a tomarporculo. Su nave se hunde sin remisión y, si quiere salvarse, va a tener que reformatear su vida cuanto antes. Y todo por culpa de Wagner. Se va a tener que poner las pilas. Vender el bar. Viajar. Hacer taichí. O apuntarse al Jarecrisna. ¡Cualquier cosa, joder, menos seguir así: fuera de juego, en la puta innopia, orsay total!... Necesita otra birra. ¡Y ya¡.

Ajeno a la hecatombe existencial que tenemos delante, el negro me susurra:
- ¿Bustastín?
O sea, que si me gusta Sting. El moñas de Sting. Mecagüenlaleche.