martes, 18 de diciembre de 2012

Las amistades peligrosas


       Estoy hasta los huevos de ser vasco, tío, dice Barandika mientras me pone el cuarto patxaran  en la mano y me arrastra a sentarme con él en una de las mesas del batzoki de Indautxu. Mírales, parece que se han escapao de walking dead, ¡un poco más de gracia, ostia!, brama al tiempo que señala la pantalla del televisor. Echo un vistazo. Los miembros del gobierno de Urkullu abren el teleberri posando bien alineados a la puerta de Ajuriaenea. Algunos parroquianos, txikito en mano, porte imperial, nos miran con gesto poco amistoso y empiezo a considerar la posibilidad de que esto no acabe nada bien, pero Barandika, a quien ya he encontrado calentito tras lo que debe haber sido una borrascosa comida navideña de empresa, está lanzao y es todo verbo y expresión corporal. Y los de antes igual, ¿eh?, que no hago distinciones, dice retando con la mirada a un entorno tan hostil como desenfocado. Es que…Ostia, mira, tío, no sé cómo decirte, todo este rollo de lo vasco, yo creo que es una cuestión de espacio. El espacio, ¿sabes? Nos movemos en un espacio muy, muy, muy reducido, ostia.  El txistu, piribí, piribí, tan pequeño, el txistu es una flautilla limitada, estrecha, altisonante ; la txalaparta solo divierte a quien la toca, no tiene recorrido, joder, tacatá, tacatá, tic-tic tacatá…Y nuestros políticos, escritores, músicos, deportistas…todos son...como, como...constreñidos, angostos, tío, una banda de tristes, tristes, triiiiiiiissssstessssssssss. La madre que los parió, ¡qué tristes son, la ostia!, solloza mientras extiende los brazos en un aspaviento, y un chorrillo de alcohólico zumo de endrinas sale disparado por inercia de su vaso. La plebe que nos rodea comienza a sopesar el linchamiento . De pronto, Barandika se pone en pie, todo lo alto que es, arrastrando la banqueta por las baldosas y produciendo un largo chirrido de agonía que hace temblar el local, me dirige una mirada enrojecida y me dice: igual se salvan  los cocineros, ¿sabes?, esos son de otra pasta, de la pasta gansa, ja, ja, ja. Meo y vuelvo a la de ya, lagun.
     Veo su cuerpo tambalearse bar adentro en busca del retrete y en cuanto lo pierdo de vista me levanto y me largo.
      Parkatu, Barandika, pero uno no está ya para estos trotes.  
      En la calle me acoge la psicodelia navideña. Cálida, paranoica, familiar,
     Alabado sea el señor.

sábado, 15 de diciembre de 2012

El héroe de la clase eco-obrera

       En llegando estas fechas en las que el año encarrila su sprint a meta con mirada demente, mientras suenan atronadores los clarines de llamada al consumo masivo de las idioteces  de siempre y el fulgor de las gambocelebraciones  familiares lo llena todo, siento dentro de mí la imperiosa necesidad de desear “felices fiestas” a un personaje que a lo largo de estos últimos meses ha aparecido , como un ángel caído del cielo, una y otra vez en mi vida diaria: el modernuki superguay que va en bici por las aceras de nuestra ciudad, melenilla al viento y sorteando peatones.
       Le deseo felices fiestas y también mucho ánimo, porque debe saber que todo innovador siempre lucha contra la mente atrofiada de los reaccionarios de siempre. Para que la sociedad avance, florezcan mil carril-bicis  y descienda la contaminación, probablemente haya que llevarse por delante la pelvis, el tobillo, la rodilla o la clavícula de muchos de de esos escleróticos ancianos que se creen tan a salvo sobre la acera, pero, ¡qué se le va a hacer!, así es la vida, ese es el precio del progreso ecológico del que eres vanguardia.
      Así que, estimado héroe de la clase eco-obrera, te deseo una feliz navidad y que sepas que cada vez que  alguien ante mí propone inocularte las piezas del biciclo una por una en tu ano revolucionario, yo me parto la cara en tu defensa. Tú a lo tuyo, campeón, que yo te cubro la espalda.