jueves, 28 de abril de 2011

¡QUE PAGUEN ELLOS¡

Si uno se toma la molestia de comprobar el dinero público que se desvía a subvencionar partidos políticos y sindicatos (y sus fundaciones subsidiarias y todas las demás gaitas) corre el peligro de caerse de espaldas del susto. Un pastón. Dados los tiempos que corren, sorprende que toda esa pasta no sólo no entre en los planteamientos de los necesarios recortes sociales, sino que –muy al contrario- se haya incrementado en los últimos meses. La verdad, me toca los huevos. No sólo a mí. Al parecer, cada vez a más gente. Pero gente inofensiva, sin voz, sólo ellos (los partidos, los sindicatos, sus representantes) tienen altavoces, medios de comunicación, gabinetes de prensa (hasta que nadie demuestre lo contrario son el chollazo del periodista estos gabinetes, su walhalla, un paraíso de cuchipandas bienpagadas), en definitiva, que son dueños y propietarios de un sinfin de púlpitos desde los que día tras día, incansables, sueltan sus soporíferos sermones.
Mi experiencia, la de Bruno Pekín (parcial y subjetiva como toda experiencia) ,me dice que son los "listillos" de siempre de la empresa, los no-pego-ni-una de toda la vida los que han acabado copando en muchos casos los puestos de representación sindical, paseándose ahora de aquí para allá con un gesto de pretéritos luchadores ahora desencantados, en realidad atentos tan sólo a las prebendas que conlleva su puestecillo. Pero tambien sé que junto a ellos (y creo, sinceramente, que en franca minoría) comparten labores sindicales otros militantes, estos sí interesados en la igualdad y la justicia y los valores humanos y capaces de dejar su tiempo y energía en misiones arriesgadas, francamente comprometidas, con tal de frenar los abusos de poder. Creo por lo tanto que es a estos últimos a los que desde su posición, con urgencia y sin excusas, les corresponde plantear a sus organizaciones que deben vivir del dinero y las cuotas de sus militantes, y no de una sopa boba colectiva que no siente sus siglas para nada.
¡Ay si no de todos ellos cuando dejemos de hacer bééééééééééééééééé´¡.
(Ilustración del siempre brillante Miguel Brieva)

viernes, 22 de abril de 2011

Camilo superstar




El mes de noviembre de 1975 fue testigo de dos hechos trascendentales: el Generalísimo Franco pasó a mejor vida y a Camilo Sesto se le fue, definitivamente y para siempre jamás, la pinza. Lo primero ya está harto documentado y en cuanto a lo segundo sucedió en el escenario de un teatro de Madrid, sobre el que un barbado Camilo vestido con túnica palestina era poseído por el espíritu de Jesús de Nazaret noche tras noche en “Jesucristo Superstar”, una ópera-rock que, un año atrás, había fascinado al cantante en su versión británica del West End londinense. Salió tan impactado Camilo de aquella experiencia como espectador que a la mañana siguiente del evento, recién levantado en la habitación de su hotel y todavía bajo los efectos de unos cuantos baldes de güisqui escocés trasegados la noche anterior por un puñado de london pubs que su desenfocada memoria le devolvía ahora oscuros, imprecisos y enmarañados… a la mañana siguiente, digo, aún con la legaña en el ojo, sintió que una idea había anidado en su cerebro, y junto a ella la certeza de que estaba llamado a una misión titánica : demostrar que un grupo de artistas españoles, con él al frente, eran capaces de poner en pie una versión de “Jesucristo Superstar” como dios manda. Todo parecía cuadrar sin esfuerzo, como si ya estuviera escrito: Camilo Sesto aún no había cumplido treinta años, tenía por lo tanto una edad ideal para representar al mesías, lucía una voz superior y más en forma que la de ese Ian Gillan de Deep Purple que había encarnado a Jesucristo en la versión de Broadway y , por si fuera poco, por sus venas corría el espíritu de las Fiestas de Moros y Cristianos de su Alcoy natal. Tenía que ser él. Ningún otro. Él, Camilo Sesto, iba a demostrar al mundo que era mucho más que el cantante melódico guaperas de éxitos como “Algo de Mí” o “Amor, Amar”. Así que ni corto ni perezoso se abalanzó sobre el teléfono del hotel dispuesto a poner la empresa en marcha. Una empresa que -¿cómo iba él a saberlo?- acabaría, definitivamente y para siempre jamás, con lo que le quedaba de cordura.
(continuará)

miércoles, 20 de abril de 2011

Todos a bordo






Harto de tanto realismo catastrofista y tanto agorero mediático, abrasado por tanta realidad urgente, saturado por tanto reactor a punto de fusión y abotargado por la compleja ensalada de países árabes en pie de guerra, andaba yo, vuestro seguro servidor Bruno Pekín, con verdadera necesidad de escapismo mental, evasión pura y dura, sin pamplinas…o sea, y por ejemplo, un buen libro de esos que te llevan muy lejos. Me conozco lo suficiente para saber que en situaciones así tiendo a dos lugares muy concretos: el espacio y el mar. Buscando el primero he dado cuenta de mucha ciencia ficción, género éste que aún hoy me sigue tirando lo suyo, y en cuanto al segundo , el mar me arrastra desde que siendo todavía un niño flipé con “La Isla del Tesoro”. Así que, como era de esperar, lo he pasado en grande con esta maravilla: “Nosotros, los ahogados”, setecientas páginas de vellón que son un verdadero disfrute, un golpe fresco y rotundo de aire salado en la cara.
El libro está escrito por un danés, Carsten Jensen, hijo y nieto de marinos, y nos cuenta la historia de varias generaciones de un pequeño pueblo costero danés en un periodo de tiempo que va de mediados del siglo XIX hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Vamos desde las desnudas rocas de Terranova hasta las plantaciones de Samoa, de las tabernas de Tasmania hasta la fría costa del norte de Rusia, vivimos batallas y naufragios, zarpamos en la primera página y llegamos a la última en un suspiro, para entender una vez más que como decían los vikingos: “Vivir no es imprescindible, navegar sí”. A mí me ha flipao el librazo. Se nota, ¿no?.