Se llama Chu Lo. El nombre
se las trae, que se lo digan a él, pero nosotros no vamos a ser tan vulgares
como todos esos capullos que, con una sonrisa maliciosa, le espetan "vale
chaval, ¿y dónde están las putillas?".
Propongo, en cambio,
que disfrutemos ahora mismo viendo con qué habilidad maneja su bicicleta entre
el tráfico del atardecer bilbaíno, cómo se desliza por los pasillos de metal
que trazan los coches, cómo esquiva a tanto peatón atontado. Chu Lo nació aquí
y no ha estado nunca en China, ni ganas que tiene. Sabe castellano, inglés, euskera
y mandarín a la perfección y cuando sus padres le hablan de Shangai siente lo
mismo que sentiríamos tú o yo. O sea, un poquito de curiosidad rodeada de un océano
de indiferencia. Chu Lo se siente vasco hasta la médula y estudia para médico
al tiempo que ayuda a su familia en el restaurante. En este asunto, el del
restaurante, lo que más le gusta es el reparto a domicilio, salir a pedalear
por las calles de la ciudad, aunque tenga que discutir con su padre, que le
prefiere en el comedor. Pero a veces le convence y lo consigue y luego viene el
aire en la cara y ese cielo sobre su cabeza, así que tan contento. Es el caso
de este jueves por la tarde en que se
dirige a Mazarredo zigzaguendo por el ensanche, con el aroma de un menú Cantón
para tres personas elevándose desde la bolsa de plástico que lleva en la cestilla
delantera y algo de Depeche Mode zumbando en el ipod.
El ipod es un regalo de
Nekane. Nekane vive con su padre en la zona de Zabalburu. No tiene hermanos,
así que viven solos. No os creáis que eso es algo fácil para ninguno de los
dos. Más bien resulta peliagudo en muchos aspectos. Pero, bueno, se arreglan.
Su madre murió hace tres años en un accidente de tráfico. Iba en aquel autobús que volcó cerca de
Laredo, ¿os acordáis? Seguro que no, y lo entiendo, porque pasan tantas
desgracias que si no olvidáramos nos volveríamos locos, la verdad. Hay que
borrar, borrar, borrar....El caso es que ahora Nekane trabaja de dependienta en
una tienda de ropa de la Gran Vía. Es una tienda grande, pertenece a una de
esas cadenas de precios económicos que se están comiendo el mundo. Le encanta la moda y secretamente diseña
trajes y accesorios en un enorme cuaderno de dibujo que esconde bajo el colchón
y del que no ha dicho nada a nadie, ni siquiera a Chu Lo, porque es
supersticiosa y piensa que si un sueño lo cuentas se rompe. Y ahora tiene un
problema porque quiere poner todo eso en internet, sus creaciones, y no sabe si
en una web o en un blog o qué porque ella no entiende mucho. Y, claro, quien le
ayude no puede hacer preguntas, ni saber gran cosa del asunto porque si no...bueno,
ya sabéis, lo de antes, que se rompe el sueño.
Con Chu lleva ya seis meses y medio. Nunca ha tenido una relación tan
larga. Esta es su record personal. Sus amigas todavía le siguen preguntando
cómo se lo hace un chino. Y cuando Nekane responde que como todos los demás
ellas cantan a coro "pues vaya desastre". Y todas se ríen. Es como un
juego. Pero eso sí, por nada del mundo les hablaría a esas golfas de Richar. Al menos por ahora.
Richar es el segurata de la
tienda. Si un día le ves y piensas en
una máquina de pesas no tienes que
preocuparte demasiado: le ocurre a todo el mundo. Vino de Burgos hace
dos años. Quería poner tierra de por medio y a la primera oportunidad...¡zas¡:
carretera y manta, y ongietorri Bilbao. Y aún le hubiera gustado irse más
lejos. Pero no fue así, porque al poco de llegar conoció a Javi
y fue un flechazo. Y ahora sé que muchos de vosotros estáis pensando:
¿flechazo? que te den tío, los flechazos no existen...pues os diré que estáis
equivocados y que el flechazo existe aquí y en Liberia, para bien o para mal,
que ahí no voy a entrar, y que si no os ha ocurrido nunca nada así es vuestro
problema. El caso es que Richar y Javi llevan conviviendo desde carnavales en
un piso alquilado por el Casco Viejo que es la mitad terraza al aire libre. Así
que, en fin, ya véis lo que es la vida: ahí le tenemos, al Richar, con su
uniforme, rodeado de niñas que suspiran por él; él, que lo único que quiere es
estar en la puerta de la tienda con los brazos cruzados -y, a poder ser, con un
rayito de sol dándole en la cara, si no es mucho pedir-, viendo circular los
adonis que patean arriba y abajo la Gran Vía. Y claro, con tanto secreto y
tanto desajuste en su vida pasa que el hombre se siente por dentro como una
gaseosa agitada. En tensión. A punto de explotar como una granada de mano y
poner perdida la fachada de la BBK de enfrente. Total que
Richar ha tomado la decisión de acabar con tanto estrés vital, abrir ventanas y
armarios y hacer correr la verdad en el
curro, su verdad. Nekane le parece la más receptiva, desde el primer día hay un
filin especial con ella, así que se ha propuesto encontrar un momento y hacerle
la confidencia, tirarse a la piscina, contarle lo suyo, y luego las cosas
rodarán por sí solas. Y que venga lo que venga, qué coño. Y ahora atención, fijaos
y aprended porque esto es digno de admirar: a Richar tener todo este cacao en
la cabeza no le ha impedido catalogar de sospechosa a aquella señora de verde
que ahora entra en un probador. Todo un profesional, ¿que no?
Aurora entra en el probador de
Zara víctima de "el impulso". No os creáis que lo hace tan campante,
qué va: a pesar de los tranquilizantes que lleva encima le tiemblan las
piernas, tiene palpitaciones, le cuesta respirar...Pero para ella, en este
instante, es como si su vida entera dependiera de salir de la tienda con esa
camisa escondida en el bolso. Y eso que
tiene dinero suficiente para pagar un camión de trapitos como éste.
Aurora ya ha pasado por dos tratamientos. Ya sabéis de qué hablo: psicólogos
hurgando en tus miedos, en tu vida vacía, en los afectos muertos y las
culpas...una mierda, vaya. Y tras los tratamientos, llegaron las recaídas. Así
que, dentro de lo que cabe, Aurora ya está resignada a soportar la palabra
ladrona, la humillación ante el resto de
los clientes y todo lo que venga. Nada de eso le va a resultar nuevo. Ya conoce
ese vía crucis y todas sus estaciones le son familiares. En el probador, un
círculo de espejos la multiplica hasta el infinito, ve caras tensas, ojos desorbitados, mil millones de Auroras asustadas
mirándose entre sí con la camisa en una mano y el bolso en la otra. De pronto
todas se mueven a un tiempo: la camisa va al bolso y una mano cierra la
cremallera. Después, Aurora se da media vuelta y encara la cortina, respira
hondo, se prepara como una actriz que va a salir al escenario y, justo
entonces, ya véis qué cosas pasan, le suena el móvil. Así que, antes de nada, tiene que descorrer la cremallera del bolso y
cogerlo.
Lucía ha llamado a su madre
por puro impulso. Los impulsos son la especialidad de la familia, ya os habréis
dado cuenta. A veces les gustaría que no fuese así, pero al final ellos mandan.
Lucía está saliendo por la puerta de un hospital de la periferia de Liverpool y
las noticias que le han dado no son buenas. Y no me preguntéis más, basta con
que sepáis esto: no, no son nada buenas. Y cuando hay médicos de por medio, las
malas noticias pueden llegar a ser malas,
malas de verdad. Sólo pensarlo pone los pelos de punta. Así que ahí está
Lucía caminando acera adelante con los informes de los análisis debajo del
brazo y el móvil en la mano. Todavía está reciente la espantada de John - a
quemarropa, sin anestesia, sorpresa cariño: me voy- y ahora esto...Vaya racha
que lleva. Pero no penséis ni por un
momento que está llamando a su madre para contarle todo este rollo triste...
No, no, qué va...Bastantes problemas tiene ella, su madre. Y Lucía la llama tan
poco...Últimamente ha estado tan encerrada en sí misma...No. Creedme: quiere
saber cómo está, sólo eso, y tambien quiere decirle que la espere esta navidad,
que cogerá un avión y que estará en Bilbao en un plis plas y que no, que no
necesita dinero y que ya verá, que las dos solas van a pasar una nochebuena de cine y que se reirán como antes
y que todo está bien, ama, todo está bien y que te quiero mucho y millones de
besos que nos vemos muy pronto cuídate. Ya veis, todo lo que puede dar de sí un
impulso.
En su probador, Aurora
guarda el móvil en el bolso. En cuyo interior sigue la camisa que ahora recibe
el impacto de dos lágrimas, una detrás de otra. La camisa...La saca y, con
mucho cuidado, la deja colgada en la percha. Durante unos segundos hunde su
cara en ella, siente su textura, su olor...y llora un poco más. En silencio.
Luego respira tres veces, corre la cortina, sale a la tienda y echa a andar
hacia la salida. Os podéis imaginar cómo lleva los ojos: rojos, rojos como
Marte.
La señora pasa ante Richar que, al verla, piensa que no
es la misma de hace un rato. Es como si en el probador hubiera sufrido una metamorfosis.
Su sexto sentido le dice ahora a Richar que ahí no hay peligro, así que cambia
de idea sobre la marcha, y no la para, ni le dice que le enseñe el bolso y toda
esa mierda... Para su alivio, los detectores no suenan cuando ella sale a la
calle, así que mejor que mejor. Y como se está echando ya la hora de cierre,
opta por coger al toro por los cuernos, se da media vuelta y se dirige a Nekane, decidido a invitarla a
un cafecito.
Nekane ve acercarse a Richar
y flipa con lo del café y piensa si haber dicho sí demasiado rápido no le habrá delatado un
poquito. Pero bueno, a lo hecho, pecho. Y cuando en la cafetería le cae encima toda la verdad, y nada más que
la verdad, del segurata no da
crédito. Ella, que se creía un lince en este tipo de cosas. Pues ya
ves... aquí, ni flores. Que no se ha koskao de nada, vaya. Porque, vamos a
ver...el tío no tiene ni un miligramo de pluma...¿cómo iba a imaginar?..si
hasta estaba convencida de que la miraba con...con... Es que es alucinante. Y
aún con todo le gustaría seguir ahí hablando un rato más, porque está a gusto
con él, pero es que ha quedado con Chu Lo. Y ya llega tarde.
Chu, por cuya sangre navegan
genes de una paciencia milenaria, lleva un rato en las fuentes de la plaza
Circular soportando estoicamente a un grupo inca o guaraní o cheyenne o lo que
diablos sean tocando frente a él canciones deprimentes surgidas de la noche de
los tiempos cuando, por fin, llega Nekane. La recibe con un kaixo y un beso en
los labios. Y los dos se agarran de la mano y, perdiéndose entre la gente, bajan hacia el Casco Viejo hablando de sus
cosas.
Y justo en el centro del
Puente del Arenal se cruzan contigo, que ni los ves.
3 comentarios:
Me gusta
Y a mi.Pide novela. A gritos
me encanta, me gusta, mucho, mucho :)
bilbokoa
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