Estoy hasta los huevos de ser vasco, tío, dice Barandika
mientras me pone el cuarto patxaran en
la mano y me arrastra a sentarme con él en una de las mesas del batzoki de Indautxu.
Mírales, parece que se han escapao de walking dead, ¡un poco más de gracia,
ostia!, brama al tiempo que señala la pantalla del televisor. Echo un vistazo. Los
miembros del gobierno de Urkullu abren el teleberri posando bien
alineados a la puerta de Ajuriaenea. Algunos parroquianos, txikito en mano, porte
imperial, nos miran con gesto poco amistoso y empiezo a considerar la
posibilidad de que esto no acabe nada bien, pero Barandika, a quien ya he
encontrado calentito tras lo que debe haber sido una borrascosa comida navideña
de empresa, está lanzao y es todo verbo y expresión corporal. Y los de antes
igual, ¿eh?, que no hago distinciones, dice retando con la mirada a un entorno
tan hostil como desenfocado. Es que…Ostia, mira, tío, no sé cómo decirte, todo este rollo de lo vasco, yo
creo que es una cuestión de espacio. El espacio, ¿sabes? Nos movemos en un
espacio muy, muy, muy reducido, ostia. El txistu, piribí, piribí, tan pequeño, el txistu es una
flautilla limitada, estrecha, altisonante ; la txalaparta solo divierte a quien
la toca, no tiene recorrido, joder, tacatá, tacatá, tic-tic tacatá…Y nuestros políticos,
escritores, músicos, deportistas…todos son...como, como...constreñidos, angostos, tío, una banda de tristes, tristes,
triiiiiiiissssstessssssssss. La madre que los parió, ¡qué tristes son, la ostia!, solloza
mientras extiende los brazos en un aspaviento, y un chorrillo de alcohólico zumo de endrinas
sale disparado por inercia de su vaso. La plebe que nos rodea comienza a sopesar el linchamiento . De pronto, Barandika se
pone en pie, todo lo alto que es, arrastrando la banqueta por las baldosas y produciendo un largo chirrido de
agonía que hace temblar el local, me dirige una mirada enrojecida y me dice: igual se salvan los cocineros, ¿sabes?, esos son de otra
pasta, de la pasta gansa, ja, ja, ja. Meo y vuelvo a la de ya, lagun.
Veo su cuerpo tambalearse bar adentro en busca del retrete y
en cuanto lo pierdo de vista me levanto y me largo.
Parkatu, Barandika, pero uno no está ya para estos trotes.
En la calle me acoge la psicodelia navideña. Cálida, paranoica, familiar,
Alabado sea el señor.
2 comentarios:
No estoy de acuerdo. ¿Tristes? ¿Los gallegos qué te parecen? De la gente con la que me he reído más, quizá los gallegos se lleven los laureles. No son histriónicos y son muy comedidos, pero tienen una gracia e ironía finísima. En el norte nos movemos menos, pero eso no significa que seamos tristes. Bromeamos mucho más que en el sur. Lo tengo comprobado.
No sé, no sé, Gan...algo sí que estoy contigo. Pero al que tenemos que convencer es a Barandika. Un abrazo.
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