Están en la veintena, no se conocen de nada y acaban de
sentarse uno frente al otro en el vagón de metro de las diez de la noche, junto
a la ventana, con sus rodillas a menos de un palmo de distancia. Ambos echan
mano a un tiempo de un libro y sonríen para
sí al comprobar que es el mismo, en concreto “El Juego de Abalorios” de Herman Hesse,
un libro un tanto insólito de un autor absolutamente desfasado. Retiran de su
interior dos marcapáginas a todas luces gemelos y se miran estupefactos a los
ojos por primera vez cuando con una diferencia de décimas de segundo suenan sus
móviles con la misma sintonía, una versión
asombrosamente realista de “Right Down the Line”, una canción escondida
en la discografía del olvidado Gerry Rafferty. La cadena de casualidades es tan
impactante que ninguno de los dos es capaz de contestar. Sus miradas asustadas permanecen
entrelazadas hasta que al fin la música se esfuma, saltan en secreto los
buzones de voz y vuelven los sonidos propios de un tren que rueda dirección
Bilbao. Ella se baja en San Ignacio y él un poco más tarde, en San Mamés. Sin
decirse una palabra.
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