A Bruno Pekín le gusta que haya héroes.
Porque necesita creer en ellos. Creer en gente que vive o ha vivido de acuerdo
a unos principios; rediós, ¿para tanto es?: ¡unos principios! Y por eso le llevan los demonios cuando cualquier majadero saca a relucir el indecente acoso de Gandhi a su
joven sobrina o la sospechosa facilidad
del Che para tirar de gatillo con campesinos desarmados o las promocionalmente
interesadas maniobras de Sting con las tribus amazónicas o el bandolerismo fiscal de Messi o el agrio caracter y violento anticomunismo de Walt Disney o al barbudo Karl Marx dejando embarazada a la sirvienta para luego desentenderse del churumbel…¡no puede ser!, se
dice Bruno a sí mismo, ¿es que no hay nada limpio? ¿de qué oscuro material estamos hechos? Y, vaya vaya, por toda respuesta el destino le sigue enviando más golpes bajos: el colaboracionismo
nazi y despotismo familiar de Enid Blyton (¡la sagrada autora de las sagas de “Los
Cinco” y los “Siete Secretos”, por Dios!, ¿es que ya no respetamos nada?...), la tacañería explotadora de Charlie Chaplin,
el divismo cruel y egocéntrico de la Madre Teresa de Calcuta, el tormentoso escándalo de los eres en Andalucía…¿qué pasa aquí? ¿será verdad que
lo único puro que queda en este mundo es el sonido de unas campanas y el alcalde de Marinaleda?
El último clavo en el ataúd de su estado
de ánimo lo ha puesto esta película, “The Girl”, que el infierno confunda, en
la que se trata a uno de sus ídolos, el gran Alfred Hitchcock, como un calentorro
babeante acosarubias sin un ápice de gracia ni ingenio. El colmo, se dice a sí mismo Bruno mientras se prepara un cacao puro “Pedro Mayo”
templadito y bajo en colesterol, más que nada por ver
si se serena y se le va la mala hostia de una vez. Cagüensós, qué vida.
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