No es fácil sacar un móvil del bolsillo del pantalón cuando se tiene sobre las rodillas a un niño de tres años inquietantemente parecido a Poli Díaz y, además, toda la tela del disfraz de Rey Melchor por medio. Pero si te contorsionas como una sabandija con pulgas y te fracturas un par de huesos puedes conseguirlo.
- ¡Sí, dígame¡.
Lo ha gritado a pleno pulmón. Con rabia. Para que todo el mundo le oiga. Pero tambien para escucharse a sí mismo sobre el ruido de los autobuses que pasan a su espalda, Gran Vía abajo, a escasos centímetros del stand. Y para darse el gusto de acuchillar con su propia voz un par de notas de El Tamborilero, versión Il Divo, con que ahora machacan toda esta escena los altavoces de El Corte Inglés.
-¿Sí? ¿Octavio? ¡Octavio¡¿Me oyes?- grita una voz al otro lado.
Octavio, rey Melchor a sueldo, escucha y no responde. Sostiene el móvil con una mano, mientras con la otra intenta proteger lo que queda de su barba postiza, cuyas ruinas están siendo ahora desolladas con fría parsimonia, mechón a mechón, puñao a puñao, por el renacuajo con aire a potro de Vallecas. Su señora madre lo observa todo con la sonrisa sicótica de una adicta a los valliums. A sus espaldas, sobre la acera, hay más niños y más madres con gestos de impaciencia guardando una cola difusa. Sus caras cambian de color al ritmo de la catarata de luces navideñas que reptan y se despeñan por la fachada de los grandes almacenes. De sopetón, Il Divo rematan lo suyo y le llega el turno al Jingle Bells de Los Pitufos. Lo que demuestra que, por muy difícil que se lo pongamos, las cosas siempre pueden empeorar.
La voz del otro lado del auricular es femenina. Y desesperada.
- ¿Dónde está mi hermana, cabrón?¿Dónde está mi hermana? Sé que me estás escuchando…Como la hayas tocao un pelo te mato, hijoputa…lo vas a ver…te mato…ahora mismo llamo a la policía y más te vale que…
Ajeno a todo este lío, entra en escena el Rey Gaspar, en realidad un gigantesco parado de larga duración que vive en Atxuri y se llama Anselmo, que se inclina hasta Octavio desde la silla contigua para decirle al oído:
- A lash mamásh ya lesh daba yo un degalito, ya…
Gaspar sostiene un gemelo en cada pierna. Parecen albinos. De aspecto diabólico. Los dos le miran con ojos como platillos volantes, fascinados por la forma en que al rey le baila la dentadura postiza. Tienen ante sí a todo un fenómeno. Así que le escanean con todo el desparpajo de su tierna edad. Gaspar, que hoy ha comido con unos viejos amigos por algún sitio del Casco Viejo y lleva encima alcohol suficiente como para esterilizar todo el material sanitario del Congo, les sostiene la mirada y, tras atravesar un breve pero espectacular ataque de eructos, acaba por soltarles con cierta solemnidad…
- Y vosotrosh…bequeñines, eshcuchaz eshte supersupersuperdegalo del dey Gashpar….a launa, a lashdosh y a lastresh…¡Atreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeetí¡ Jua, jua, jua…ahí teneish vuestro degalo de navidá enanosh…jua,jua...y ahoda, venga, venga, fueda de aquí…a tomá porculo loshdosh…venga…que osh aguanten vuestrosh padresh…arreando…
A su lado, Melchor aparta el móvil de su oreja. Y corta la comunicación. Presionando la tecla roja con un dedo aún manchado de sangre seca.
En un mundo cada vez más lejano, Plácido Domingo releva a Los Pitufos.
- ¡Sí, dígame¡.
Lo ha gritado a pleno pulmón. Con rabia. Para que todo el mundo le oiga. Pero tambien para escucharse a sí mismo sobre el ruido de los autobuses que pasan a su espalda, Gran Vía abajo, a escasos centímetros del stand. Y para darse el gusto de acuchillar con su propia voz un par de notas de El Tamborilero, versión Il Divo, con que ahora machacan toda esta escena los altavoces de El Corte Inglés.
-¿Sí? ¿Octavio? ¡Octavio¡¿Me oyes?- grita una voz al otro lado.
Octavio, rey Melchor a sueldo, escucha y no responde. Sostiene el móvil con una mano, mientras con la otra intenta proteger lo que queda de su barba postiza, cuyas ruinas están siendo ahora desolladas con fría parsimonia, mechón a mechón, puñao a puñao, por el renacuajo con aire a potro de Vallecas. Su señora madre lo observa todo con la sonrisa sicótica de una adicta a los valliums. A sus espaldas, sobre la acera, hay más niños y más madres con gestos de impaciencia guardando una cola difusa. Sus caras cambian de color al ritmo de la catarata de luces navideñas que reptan y se despeñan por la fachada de los grandes almacenes. De sopetón, Il Divo rematan lo suyo y le llega el turno al Jingle Bells de Los Pitufos. Lo que demuestra que, por muy difícil que se lo pongamos, las cosas siempre pueden empeorar.
La voz del otro lado del auricular es femenina. Y desesperada.
- ¿Dónde está mi hermana, cabrón?¿Dónde está mi hermana? Sé que me estás escuchando…Como la hayas tocao un pelo te mato, hijoputa…lo vas a ver…te mato…ahora mismo llamo a la policía y más te vale que…
Ajeno a todo este lío, entra en escena el Rey Gaspar, en realidad un gigantesco parado de larga duración que vive en Atxuri y se llama Anselmo, que se inclina hasta Octavio desde la silla contigua para decirle al oído:
- A lash mamásh ya lesh daba yo un degalito, ya…
Gaspar sostiene un gemelo en cada pierna. Parecen albinos. De aspecto diabólico. Los dos le miran con ojos como platillos volantes, fascinados por la forma en que al rey le baila la dentadura postiza. Tienen ante sí a todo un fenómeno. Así que le escanean con todo el desparpajo de su tierna edad. Gaspar, que hoy ha comido con unos viejos amigos por algún sitio del Casco Viejo y lleva encima alcohol suficiente como para esterilizar todo el material sanitario del Congo, les sostiene la mirada y, tras atravesar un breve pero espectacular ataque de eructos, acaba por soltarles con cierta solemnidad…
- Y vosotrosh…bequeñines, eshcuchaz eshte supersupersuperdegalo del dey Gashpar….a launa, a lashdosh y a lastresh…¡Atreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeetí¡ Jua, jua, jua…ahí teneish vuestro degalo de navidá enanosh…jua,jua...y ahoda, venga, venga, fueda de aquí…a tomá porculo loshdosh…venga…que osh aguanten vuestrosh padresh…arreando…
A su lado, Melchor aparta el móvil de su oreja. Y corta la comunicación. Presionando la tecla roja con un dedo aún manchado de sangre seca.
En un mundo cada vez más lejano, Plácido Domingo releva a Los Pitufos.
1 comentario:
No quiero ni pensar lo que estaba haciendo el supuesto Baltasar. Mola. Pide más.
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