viernes, 19 de marzo de 2010

El asiento trasero del coche de mi padre


Aprendí a amar la música en el asiento trasero del coche (o mejor, los coches) de mi padre. En un principio eran las canciones, sin más, a viva voz: él y mi madre iban delante cantando habaneras mientras surcábamos las abismales distancias que nos separaban de Espinosa de los Monteros o Castro parando en cada repecho para refrescar el motor, mear, sondear el nivel de aceite o simplemente admirar el panorama sin más. Mi padre era feliz cantando (lo que fuera) y, a su rebufo, pillando la estela, mi madre había depurado una segunda voz que ponía los pelos de punta. Su compenetración sonora era de lo más popular: no había boda en la que no se les requiriese esa de "Daaaaame un beso chimberitaaaaaa que sirva de recuerdooooo...." y canciones parecidas. En aquellas cuchipandas de casamiento, cuando al fin cedían a la presión y se arrancaban, a su alrededor se creaba un silencio sepulcral enmarcado en puros humeantes, copas de soberano y marejadillas de champán...y en ese ambiente las dos voces planeaban en el aire de la sala como trapecistas sin red. Nunca las ví caer.... En fin, volviendo a lo nuestro: el caso es que no había un domingo sin excursión familiar. Primero fue un Seat 600, despues un Renault 8, tambien hubo un 4L de dos puertas y hasta un rocoso 1500 de segunda mano que tragaba asfalto con la solemnidad de un tanque ruso. En algún momento de ese proceso vehicular hizo su aparición un rudimentario cassette y por aquí y por allá empezaron a surgir las cintas de Los Chimberos, Los Cinco Bilbainos (todavía soy capaz de cantar esas bilbainadas en el orden en el que venían en las cintas), Los Panchos, Maria Dolores Pradera y los Indios Tabajaras. Y...¡cuidado¡...este es el momento en que me siento obligado a decir que mi padre nació en Bakio... El caso es que esa es la música que más a fuego llevo grabada en mi corazón...Estaban tambien la Misa Criolla, algo de Matt Monro y hasta un cassette de Louis Armstrong que nunca he podido encontrar encerrados en cajitas con raspones, gastadas y con manchas de grasa oscura...el aparato reproductor (a pilas de las gordas y que todo sea dicho: pesaba un cojón) había que llevarlo en las rodillas y la música - hoy lo sé, vaya que sí- salía desde dentro de una familia feliz (de verdad, qué suerte, qué suerte); notas que se restregaban como gatos en la tapicería del coche, volaban despues por las ventanillas abiertas, rebotaban en la corteza de los pinos y salían despedidas hacia un cosmos amistoso, entrañable, fascinante, ajeno e inmortal.
Qué tiempos, aita, qué tiempos.

2 comentarios:

El Conde de MonteCristo dijo...

Estos recuerdos nunca te los podrán quitar, amigo Bruno.

CAMIO dijo...

Querido Bruno, me has hecho volver a dias de infancia y añoranza. Aquellas comidas que huelen a transistor en la cocina. Aquella hora 13 con su repetida sonatina"son la dos en punto ponga en hora su reloj son las dos en punto"
Un saludo