miércoles, 24 de agosto de 2011

ESCENAS DE LONDRES

El Kapu camina delante de mí con el txoto sobre la cabeza, atosigado por la lluvia cazurra que ahora cae a plomo sobre Londres. Ante nosotros, la avenida de seis carriles se pierde en la niebla húmeda del horizonte. Autobuses de dos pisos y coches de todas las marcas zumban a nuestro alrededor con los limpiaparabrisas diciendo “no” una y otra vez. Say no, no, no. Como en la canción de Amy. A nuestras espaldas hemos dejado el barrio de Camden, una de las mayores concentraciones de moda excéntrica, diseños paranoicos, cocinas variadas y centros de tatuaje y perforación de todo el mundo. El lugar que eligió Malcolm McLaren como punto de partida para su surrealista cortejo fúnebre. El distrito que la Policía londinense corrió a controlar apresuradamente hace tan solo unos días, cuando estallaron los disturbios de los que habla todo dios. Porque esto arde muy fácil y a lo grande. En lo humano y en lo material. Ya se vió hace tan solo dos años. Camden ha conocido mejores momentos, pero aún conserva músculo y excitación suficientes para poner tus cinco sentidos en alerta naranja. Salvo que estés muerto. Como Amy. O muy drogado.
Hemos llegado hasta aquí en el metro (aquí, dícese "underground"), a bordo de la Northern Line, la línea marcada en negro, conocida entre los londinenses como la Misery Line por su funcionamiento imprevisible. Hoy se ha portado bien. Sin sobresaltos. Y aquí estamos. Nuestro objetivo es encontrar el Jazz Café, donde esta misma noche actúa José Feliciano, un mito viviente, un curriculum galáctico, un todoterreno musical capaz de transitar las sendas del pop, el jazz, el bolero y la bachata a un tiempo y sin despeinarse.
- Algo va mal, creo que nos hemos equivocado- dice El Kapu frunciendo el ceño bajo la lluvia y ante un panorama cada vez más desolador- .
Caminamos en dirección contraria.
Efectivamente, desandamos el camino para comprobar que el Jazz Café se encuentra a veinte metros escasos de nuestro punto de partida. Desde el exterior, el local tiene el aspecto de una whiskería fina. A través de una cristalera ahumada se perciben botellas caras y relucientes alineadas bajo luces verduzcas y rosadas. El armario negro que defiende la entrada nos mira como quien ve dos acelgas mojadas y responde al par de humildes preguntas de El Kapu con la simpatía de quien está sufriendo una perforación de úlcera y ha encontrado al culpable. Remata la jugada señalándonos un papel en el que se detalla la existencia de un derecho de admisión al sagrado local y las condiciones del mismo. Tolerancia cero, la moda Cameron para el Londres de hoy. Obviamente el cancerbero ya nos ha catalogado. Y no estamos en el casillero de los respetables clientes que consumen Moet Chandon. El muy cretino no sabe que apenas bebemos otra cosa.
- ¿Qué te ha dicho? –le pregunto a El Kapu, que lleva las riendas del lenguaje de los nativos, el mismo en el que yo invierto toneladas de ignorancia- ¿a qué hora empieza Feliciano?.
-
Me ha dicho que a las nueve y nueve.
-¿A las nueve y nueve?
-
Pues sí. Nain-nain, eso ha dicho.
-¿Qué raro ,no? A las nueve y diez tendría un poco de lógica, pero a las nueve y nueve…
-
Pues eso ha dicho, nain-nain.
Así que mientras decidimos si Feliciano sí o Feliciano no, llenamos un poco el buche a la manera italiana y luego nos dirigimos al “World´s End”, nombre más que apropiado para u
n señor Pub que pasa por ser uno de los más grandes de Londres. Sentados en sendos taburetes, trasegando unas pintas de Guinness, charloteamos ante un enorme ventanal por el que desfila la fauna variopinta de estos lares. Esto es la gloria. Nos sentimos vivos y afortunados. Que no es poco. La lluvia, ahí fuera, va cesando. A nuestro lado un grupo folk abre un túnel del tiempo directo al medioevo a base de violines, flautas, guitarra y percusión. Bajo nuestros pies vibran las complicadas tripas de Londres. Cloacas y ríos soterrados. Y túneles. Túneles y más túneles: los activos y abandonados del “underground”; la inmensa red subterránea del servicio de Correos, capaz de trasladar una carta de un extremo a otro de Londres en cuestión de pocos minutos; túneles blindados del Banco de Inglaterra, por los que se distribuye el dinero a los bancos, de caja fuerte a caja fuerte; incluso los almacenes Harrods cuentan con su mundo subterráneo de almacenes, frigoríficos, bodegas e incluso su estación de policía. Todo eso y mucho más conforma el otro Londres, el que late bajo nuestras suelas, un mundo oculto y tenebroso, negro como nuestras Guinness, en el que reinan millones de ratas pardas llegadas desde Rusia en el siglo XVIII para desplazar por los siglos de los siglos a la más endeble especie local. Sentados pues sobre ese cosmos, viendo caer ya la luz del día, bebemos nuestras pintas mientras más al sur de la ciudad, en la Royal Court of Justice, se reparten penas durísimas a los implicados en las revueltas. Algo que, a buen seguro y a la larga, no traerá nada bueno. Trago va y trago viene: bebemos nuestras pintas sin saber que más tarde, explorando el barrio, toparemos con músicas nocturnas, laboratorios sonoros al aire libre, en los rincones más químicos de Camden Lock.
Bebemos nuestras pintas sin saber que finalmente, algo más tarde, veremos y oiremos al gran José Feliciano. Lo haremos desde la calle, sobre la acera y a través de los cristales ahumados de la entrada del Jazz Café.
Pero lo haremos. Porque cuando a El Kapu se le mete algo en la mollera…

3 comentarios:

El Conde de MonteCristo dijo...

No me puedo creer que Feliciano siga en activo y encima que estuviera tocando en Camden. Perplejo me he quedao.
Y yo que pensaba que dominabas como un autóctono de Camden la lengua de Shakespeare...

Bruno Pekín dijo...

¡Quiá, Conde¡ Como bien sabes me adornan innumerables virtudes, pero la facilidad para los idiomas no está entre ellas. Yo pregunto, eso sí, pero luego no entiendo nunca lo que el indígena me responde. Una desgracia. En cuanto a José Feliciano, juro por el zafiro verde que estaba allí, en Camden, sí, con sus bien llevados 65 tacos. A los 22 ya era millonario. Solo con los derechos de "Feliz Navidad" podría vivir como un rajá. Y ahí estaba: currando. Qué tío.

nineuk dijo...

Nine past Nine... tío, no me cites mal , que bastante trauma tengo con el english de las pelotas, que pa mí que te enseñan otra cosa pa despistar. Buen "fresco" sí señor, aunque hay que matizar que el Feliciano se quedó sin gozar de nuestra presencia porque el Jazz Café iba engullendo una fauna que A Bruno le pareció muy "encopetada" y un punto "mafiosona"... no molaba. Las alternativas que nos ofreció la húmeda noche estuvieron mejor. Seguro.