El 20 de noviembre de 2011, poco después de abrirse los colegios electorales, Bilbao empezó a inclinarse hacia la derecha. Al principio suavemente, tan solo un par de grados, los suficientes para que los ciclistas que rodaban por la ciudad a esas horas de la mañana sintieran el pedalear distinto al habitual. Los balones de los partidos de futbito trazaban de pronto extrañas trayectorias, el vino del cáliz se derramó en algunas misas y una insólita sobreexcitación se adueñó de gorriones, perros y gatos, así como de muchos ciudadanos medicados por cuadros psicopáticos. Según avanzaba el día, la inclinación fue creciendo, grado a grado, provocando la rotura masiva de tuberías, el desbordamiento de la ría a lo largo de uno de los lados de su cauce, el correspondiente al Campo Volantín y Deusto, y la dramática imposibilidad del tráfico rodado y suburbano. Pasaban los minutos, pasaban las horas y, con la pasividad de los organismos oficiales, la ciudad se seguía inclinando. Muy pronto, cuerpos humanos empezaron a rodar desde Basurto a San Ignacio, desde los altos barrios de San Adrian hasta el ya inundado Casco Viejo, golpeándose en su slalom mortal con señales y bordillos, con coches tumbados y bloques de asfalto levantado. En su caída les acompañaba un alud de objetos diversos y, en muchos casos, asombrosos. Llegaron los incendios, en medio del sonido ensordecedor del derrumbe de edificios. Bilbao se inclinaba , desgajado en sus límites, abierto allí a abismos oscuros y terrosos, hundiéndose en la tierra como un cuchillo en la carne por uno de los lados, elevándose como un titán geológico por el otro, camino de una verticalidad catastrófica, como la cubierta del Titanic en sus últimos suspiros. A un minuto escaso de cerrarse los colegios electorales, la ciudad alcanzó los noventa grados. Aterrorizados, cabalgando el lomo rugiente de esta pesadilla, los supervivientes se preguntaron, si ahí se detendría todo. Pues no, la ciudad siguió adelante con su voltereta mortal, superando ahora el imaginario ángulo recto en busca de los ciento ochenta grados. Bilbao iba a quedar cabeza abajo. En la oscuridad. Su culo irregular, con gruesas y retorcidas raíces estirándose hacia un cielo gris y tormentoso, tomaría el relevo en la superficie. Fue un día histórico, sobra decirlo. Un ejemplo de regeneración urbana como pocos. Algo merecedor, sin duda, de algún premio internacional de cierto prestigio.
3 comentarios:
Genial Bruno.
Si señor. ¡¡El mejor Bruno ataca de nuevo!!!
I like it! Vayamos en busca de otras realidades, siempre! Porque ya sabes que ahí están agazapadas, esperando... ("En otro orden de cosas", una expresión que me tiene loca, la búsqueda del manantial que da de beber a los cauces musicales en esta tierra nuestra, mundial!).
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