miércoles, 6 de junio de 2012

Lágrimas de cocodrilo


Llega el verano. Desde primera hora del día, los cocodrilos más madrugadores patrullamos la orilla de las playas a la espera de las primeras gacelas trotonas. Ellas llegan a media tarde, con sus grandes capazos llenos de vodafone y toneladas de ungüentos milagrosos; con los cegadores logotipos de Zara, Mango, Bershka y RayBan  balanceándose de sus largas, largas, largas y hermosas pestañas, en sus muslos, en sus pechos, sobre el delicado puente de sus narices, en sus cabezas. Extienden su mundo multicolor sobre la arena y permanecen en alerta naranja. Pero somos cocodrilos. Máquinas milenarias. Sabemos leer los signos que nos trae el aire. Estamos programados para generar paciencia. Sin miedo al tiempo, esperamos el paso en falso. Bajo el sol, adormecidas por la cantinela pop de Adéle y el ruido esférico de las olas es fácil bajar la guardia. Y esa es su perdición. Y así, cuando llega el momento del triunfo nos gusta masticarlas lentamente, sin prisas, disfrutando  su piel suave  y su sabor a fitness, coca cola zero y gominolas. Y nos encanta, finalmente, cuando todo acaba, escupir al suelo sus huesecillos mezclados con ron justo cuando empieza a amanecer y una claridad estúpida y viscosa se abre paso a trompazos en el horizonte, allí lejos, sobre la línea del mar, donde son  las gacelas las que mastican cocodrilos.

1 comentario:

nineuk dijo...

En resumen, que estamos salidillos... (y saladillos) je je je