Lejos, muy lejos, en el fondo abisal, remoto y húmedo del universo, ruge un monstruo. El colosal tamaño de su cuerpo, de sus extremidades, de sus mandíbulas, resulta inimaginable para nuestro cerebro. Ha estado siempre ahí, en la oscuridad, desde que el tiempo es tiempo, retozón e indolente. Hasta hoy, en que se agita y ruge. Lo hace porque está harto de la raza de monos egoístas y crueles en que nos hemos convertido. Harto de nuestras estúpidas proezas cósmicas. Harto de esa panda de microbios bípedos que se creen la última coca-cola en el desierto. Somos un peligro que hay que amputar. A cualquier precio. Así que ahora brama por última vez antes de lanzarse a cruzar el espacio a una velocidad indescriptible, él, la Bestia Abismal, la Furia Primigenia, la Paciencia Agotada, atraviesa el universo ciego de ira. En un abrir y cerrar de ojos miles y miles de galaxias van quedando atrás y tan solo el roce de alguna macroestrella deja una marca leve en su piel. Los telescopios humanos le detectan en el mismo instante en que el planeta entero desaparece en su boca abierta y acelerada, semejando una aceituna azul entre sus fauces, un diminuto aperitivo suave y masticable. Y ya está. Un final apropiado y hasta piadoso para un mundo de mierda del que tan solo un segundo más tarde nadie recuerda nada.
1 comentario:
jo tio.
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