lunes, 8 de agosto de 2011

NI UN PUTO BLUES MÁS, POR PIEDAD

Abro la puerta y entro. El bar está vacío, si excluimos a Treska y todo un ejército invisible de bacterias bien alimentadas y en pie de guerra. Avanzo sin problemas hasta el taburete del fondo, junto al teléfono góndola rojo de toda la vida y el rebujo de periódicos sobados y revistas sudadas a juego. El trono reservado a los más veteranos. El Supertaburete. El observatorio ideal, si es que hubiera algo que ver.
Tomo asiento. Frente a mí, desde el otro lado de la barra, Treskatorce (o sea Jose Ignacio Pisuerga = "Pi" = 3,14 = Treska) y los Ramones muertos de su camiseta me observan con atención quirúrgica. Y mucha guasa. Las puntas de nuestras narices están a un palmo. Nos separa, a la altura del pecho, una muga de madera gastada. Apoyado en ella, el tío me mira y sonríe como un cocodrilo al sol. Tiene motivos. Soy un chiste.

- ¡Vaya, vaya¡ ¡A quién tenemos por aquí¡... ¿Cuánto tiempo?.. ¿Seis o siete glaciaciones?...¿un par de años luz?- musita el muy capullo en plan tony soprano, perdigoneando de paso como el aspersor de un campo de golf. En la q. En la p. En cada una de las tes. Recibo en plena jeta la lluvia radioactiva con el estoicismo de un fakir.

Últimamente he decidido hablar muy poco, lo mínimo, que sepáis. Tengo mis razones. Ya contaré, o no, ya veremos. Ahora, por ejemplo, mantengo el buzón closed, sellado hasta nueva orden. ¿Véis?. Es muy simple: dejo pasar los segundos, espero a que Mister Chernobyl o quien sea sigan piando. Y pían. Echando leches.

- Esto hay que celebrarlo...invita la casa- remata sin más a falta de algo mejor que decir. Vaya, vaya. Buenas noticias.

A Treska, que se ha trabajado una colosal barriga gracias a la concienzuda y sistemática ingestión de cataratas de cerveza , moverse en el estrecho corredor de la barra no le resulta nada fácil. Resopla como un vitorino en la curva de Estafeta mientras se desliza encajonado ahí detrás de la única forma posible: de lado, la cosa no da para más. El caso es que avanza. Con cierto arte. Nada que ver con Billy Elliot. No. Más bien parece salido de Bob Esponja. El Supercangrejo rokero o algo así. A la fuerza tiene que estar sufriendo un desgaste de cadera demoledor . El pobre. Finalmente parece haber llegado a algún sitio, farfulla no sé qué, se inclina sobre el refrigerador y revuelve en sus entrañas como si le hiciera la autopsia. Un ruido de cristales chocando entre sí se une a la música ambiente, un infumable blues de los de toda la vida, con voz lloriqueante, tediosos punteos y toda la puta pesca amodorrante y jurásica campando a sus anchas. Y aquí hago un parón, mis panas, para poneros sobre aviso de una verdad inmutable: aquí, en este cuchitril, solo blues, chicos, solo blues para vuestras orejas, estáis en la Iglesia Pentecostal del Gran Lamento Algodonero. Aquí no vais a escuchar otra cosa. Quitároslo de la cabeza. Blues y solo blues. Os lo dice un veterano.

Deshaciendo de forma estruendosa el camino llegan al fin las sanmis, la megatripa y Treskatorce, todo junto y por este orden. Fuera, llueve que te cagas. Para variar. Me he librado por un pelo del tsunami ese. El botellín está tan frío que me anestesia la palma de la mano. Amorramos al unísono un trago. Bajamos al tiempo. Sincronía. Coreografía de tugurio. Birras Dancing.

Así que volvemos a estar de nuevo frente a frente, barra por medio, eso sí, buscando palabras que nos conecten y nos hagan sentirnos parte activa de este cosmos inestable y cruel, cuando un negro subsajariano atraviesa el umbral del bar chorreando hache-dos-ó y arrastrando un mega-bolsón en el que, por su tamaño, puede esconder eurodisney al completo. O la bomba H. Va vestido como para una travesía en el Polo Norte y roza los dos metros de altura. Indolente, sin decir una palabra se acerca a nosotros, coloca bajo mi barbilla una torre de cedés y se petrifica esperando una señal. En fin, qué os voy a contar. ¿Os suena, no?. Pues eso.

A falta de otra cosa mejor que hacer, acepto la propuesta africana y decido echar un vistazo a los hits del "top barra". En un alarde de estrategia de venta, abre el desfile un engendro de El Canto del Loco. Puag. Pero bueno, hay muchos más. Los voy ojeando al tiempo que Treskatorce, por su lado, se da media vuelta con la desenvoltura de un elefante en una máquina de rayos UVA para encarar el reproductor y cambiar la banda sonora del local...¿Cambiar?. ¡Ja!. ¿Qué os dije?, escuchad: ahí lo tenéis, otro trago del cáliz sagrado del blues, más de lo mismo, ¡cómo no¡.

El negro tambien se mueve. Abre el bolsón con parsimonia y deposita ante mí una nueva columna de cedés surgidos de las destilerías clandestinas de la cultura manta.

-¿Busta claton? - dice en un susurro grave que, sin embargo, se impone perfectamente a la música ambiente. Caigo en que debe estar hablando de Eric.

-¿Clapton?...¿Eric Clapton?- confirmo, por si las moscas...

Treskatorce me oye, se gira ofendido y transforma sus ojos en dos lanzagranadas que apuntan en mi dirección.

- ¿Clapton?- escupe el cabrón con el mismo tonillo indignado con que reclama los fueras de juego en San Mamés- !no irás a comprar nada de ese mierda¡ ¿no, tío?...

Normalmente ni de palo. Antes me dejaría sacar las uñas con un alicate, pero sólo por joder a este fundamentalista del ritmo me entran ganas de hacerlo, sí, hasta soy capaz de llevarme a casa lo último de Eric, a quien considero uno de los tíos más aburridos, moñas, planos y sobrevalorados de la historia del rock. En mi hit- parade de horrores sónicos ocupa el tercer puesto. El primero es para Mark Knoffler, ya lo he dicho.


- El blues es negro, tío, ¡n-e-g-r-o¡. En eso los blancos lo único que han hecho es puta mierda. Y el capullo del Clapton es blanco, tío, blannnn-cooo... ¿capichi?...¡una puta sanguijuela, ya te digo¡ - sentencia el oráculo tabernario agitando en la mano su botellín de sanmi como los monos hacían con el hueso en la peli esa de kubrick en la que no se entiende ni ostias.

El único negro de la escena ni se inmuta. No opina. Ni por alusiones. Está programado para esperar. No hay prisa. Su cabeza está lejos, muy lejos...

Hasta que Treskatorce entra en ella con la delicadeza de una motosierra.

- Tú, Mobutu -le suelta en un alarde de diplomacia-, ¿tengo razón o no?

- Noshé- responde la estatua africana.

Treskatorce le repasa de arriba abajo, luego me dirige una miradita tuit del tipo "¿tedascuén?". A continuación compone el gesto facial de quien masca una gamba podrida (una visión que no deseo ni a mi peor enemigo) y vuelve a la carga.

- ¿Que no sabes? ¡Albercolins, yonlijúker, bibikín...¡ ¡Joder! ¿ te gustan o no?

- Noshé- repite la efigie de ébano sin moverse un nanomilímetro.

Y ahora es cuando Treska, al borde de la apoplejía, se lanza en picado.

- A ver...¿a tí qué te gusta? ¿qué es lo que escuchas? -ulula un tanto fuera de sí.

Lenta, muy lentamente, la estatua mueve unos ojos rojos, muy rojos, le mira y susurra con voz grave:

-Gusta báner.

-¿Báner?...¿Bááááner?- las asombradas cejas de Trescatorce intentan tocar el techo del bar mientras su mandíbula inferior se dispara justo en dirección contraria, pegándose a la pechera, justo en la M de Ramones. Su boca abierta de par en par es el portal de entrada a la Exposición Internacional de la Caries- ¿Báner?..¿qué hace?...¿rap?...¿ji-jóp?...

- Risha Báner - amplía el monolito totémico. Como si sirviera de algo.

-¿Risha Báner?- Trescatorce está atascado. Su cerebro está sufriendo una sobrecarga de tareas. Me mira a mí, luego al moreno y de nuevo a mí. Aquí está pasando algo y no acaba de pillarlo. Pero tampoco va a dejar pasar una ocasión así. Si el puto Báner ese le gusta a este negro, es que algo tendrá...Ellos saben, los negros estos...¡El ritmo les pertenece, joder¡...¡Ellos lo inventaron!...Báner puede ser su fichaje del año. Paciencia, Treska, se dice a sí mismo, ommmmm, aquí hay que seguir rascando, con astucia...

- A ver...¿cómo se escribe?- y pone un bic semidevorado sobre la barra con la energía de quien da un órdago de dimensiones cósmicas.

El negro, como a cámara lenta, deja la bolsa cuidadosamente en el suelo, agarra el boli con una mano y empieza a escribir en el margen oleaginoso de una página de Interviu con parsimonia, letra a letra, muy lentamente, ante la mirada taladrante de Treskatorce. Fuera, justo ahora, suena un trueno que hace temblar las paredes del bar.

Poco a poco, sobre el papel aparece R-I-C-H-A-R-D...Y luego una W, una A, una G, una N, una E y una R. ¡Wagner¡ ¡Richard Wagner¡...Jooooodeeerrrr.

- ¿Baaaagggggneeerrrrr? - Trescatorce retrocede como si hubiera recibido un tiro en el pecho. Su cara es una pirotecnia de convulsiones, un abismo abierto a la perplejidad más absoluta - ¿te estás quedando conmigo, tíoooo?...

Hacen falta aún cinco largos segundos para que un cuchillo de luz consiga abrirse paso por sus entendederas desgarrando todo lo que encuentra a su paso. Treskatorce siente, de pronto, que su mundo ha desaparecido y él estaba de vacaciones. Que nada es ya lo que era. Los valores, los santos valores se han ido a tomarporculo. Su nave se hunde sin remisión y, si quiere salvarse, va a tener que reformatear su vida cuanto antes. Y todo por culpa de Wagner. Se va a tener que poner las pilas. Vender el bar. Viajar. Hacer taichí. O apuntarse al Jarecrisna. ¡Cualquier cosa, joder, menos seguir así: fuera de juego, en la puta innopia, orsay total!... Necesita otra birra. ¡Y ya¡.

Ajeno a la hecatombe existencial que tenemos delante, el negro me susurra:
- ¿Bustastín?
O sea, que si me gusta Sting. El moñas de Sting. Mecagüenlaleche.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

das pena ... pero yo mas por caer aqui y escribirte en fin... mejor me pongo a tocar algo

Hans dijo...

La historia mola grandemente. Y, salvo que los negros no saben hacer heavy, y que el soul en manos de los blancos suele dar lugar a inadmisibles pasteladas, no hay sesgo racial en el rock and roll.
Por lo que respecta a Wagner, suscribo la tesis de woody allen.