martes, 8 de diciembre de 2009

Raphael

Tres horas sobre el escenario, tiempo suficiente para dar un "baño de emociones", a través de más de cuarenta impresionantes canciones, a un público entregado y abarrotante. Ahí es nada. Tres horas. Y sin tregua. Con canciones en las que hay que dejar la piel. Si no es así, no salen convincentes, no calan, se desactivan por sí solas, pólvora mojada. Es Raphael. Ha sido el primero de los doce conciertos programados en Madrid para celebrar sus 50 años en la música. Ya ha llovido, ya, en todo ese tiempo. Tenía Raphael nueve años cuando le dieron en el festival de Salzsburgo el premio a la Mejor Voz Infantil de Europa, representaría despues a España en Eurovisión dos años seguidos, le sería otorgado un disco de uranio (el no va más en la venta de un disco, surge cuando ya no sirven ni diamantes ni platinos...hace falta algo más, es el único cantante hispano que lo posee); fue galán pasteloso de películas insoportables, y tambien tamborilero y padre. Valoración general: una voz única, un fenómeno del apasionamiento, un messi del histrionismo, un coloso de la pose melodramática. Inimitable.
¿Inimitable? ¡Y un carajo¡ Son precisamente los inimitables los que más imitados son. A Raphael llevan 50 años imitándole. Desde sus comienzos, su gestualidad fue un caladero de gags para los faranduleros de la televisión en blanco y negro.Le llamaban "el robabombillas" por una característica postura en la que con el brazo levantado hacia el cielo hace girar la mano que tiene en alto, tal y como si desenroscase una bombilla. Y él, con una "sonrisa de dientes" en la cara, no se corta hoy en recordar a sus imitadores todo lo que le deben en concepto de derechos de autor. ¡Y por Odín que no le falta razón¡¡ ¡Que tiemblen martesytreces y latres del mundo¡ Pues tengo a bien pensar que si se cobra por la utilización de la obra puntual de un artista...cuánto más se ha de cobrar por plagiar el artista en conjunto, por alquilar su construcción total: ese producto definitivo en el que se integran su aspecto, su vestuario, su forma de hablar, sus expresiones, sus movimientos, su peinado, sus tics, todos sus rasgos más personales...Imitar es un saqueo a lo grande. La tarifa debería ser astronómica.
La operación económica sería, por lo demás, perfecta, ya que a nadie se le esconde que los imitadores son publicistas del imitado. Raphael acabaría así cobrando, con todo derecho, por un servicio por el que, en realidad, pagaría muy a gusto.
Total: un descojono. Qué vida esta.

3 comentarios:

El Conde de MonteCristo dijo...

Con el anuncio de telefónica de los villancicos ya está cobrando un pico. No hay manera de librarse de él cuando llegan las Navidades.

Arantza Sinobas dijo...

Cuenta ese momento sin precio que viviste en Barcelona viéndole en un teatro desolado, del cual saliste huyendo de la mano de tu mejor amigo....no te lo calles, que todo no es uranio.

Anónimo dijo...

Lo interesante, en el caso de Raphael, que si realmente le ha ocurrido algo como lo insinuado por Arantza anteriormente, sólo habría sido la excepción que confirma la regla: Allí donde va triunfa y convence hasta a excépticos como tú.