lunes, 28 de marzo de 2011
Coleccionistas
La nave extraterrestre tenía la forma de un gigantesco huevo invertido. Construida de un material para nosotros desconocido, impresionaba no solo por sus dimensiones, sino tambien por carecer de fisura alguna o puntos de ensamblaje. Toda ella era una superficie lisa y compacta. Vista desde fuera, su solidez era total. Lo dicho: un gran huevo. Grande y brillante. Un huevo invasor. Había surgido de la nada esa misma mañana y se mantenía en suspensión, a escasos metros del suelo, en pleno Arenal, el centro neurálgico de Bilbus, en una quietud total. Tras los primeros instantes de sorpresa y en cuanto le fue posible, la policía euskadiana había establecido un perímetro de seguridad en torno a la nave y, desde entonces, una multitud expectante nos apretujábamos en torno al círculo de vallas ocupando la plaza y los puentes sobre la ría. ¿Quién iba a perderse algo así?. La pequeña tarima con sistema de megafonía que un grupo de nerviosos operarios municipales había levantado en la planicie desierta que se extendía entre nosotros y el artilugio extraterrestre seguía esperando a ser utilizada. Por fin, cuando el cielo anuncia ya el rojo atardecer sobre Bilbus, se advierte cierto revuelo y podemos ver cómo un cortejo de figuras de aspecto variopinto sobrepasa la cinta de protección y se dirige, con lentitud y parsimonia, a través de la tierra de nadie, hacia el entarimado de bienvenida. La multitud contiene ahora el aliento y el silencio sería total si no fuera por una voz aguardentosa que en un momento dado, desde algún lugar, berrea a un volumen superlativo: - "¡Ahí estamos señor alcalde: con dos cojones¡"Efectivamente, se trata de Azkuna, el correoso gobernador de Bilbus, que avanza con sus mejores galas, abriendo con audacia la procesión, apoyándose en un ornamentado bastón de mando, con la lujosa guerrera de protocolo aplastada bajo el peso de las cien medallas de calidad urbana que son el orgullo de la ciudad y el pecho cruzado por una banda de seda de colores brillantes y aspecto magnífico, aunque tal vez un tanto recargada de lauburus dorados y nudosos floripondios de amarre. Un par de pasos tras tan egregia figura caminan con evidente acojono un dantzari y el jefe de la policía municipal cargado de pistola lateral lista para lo que haga falta, además de txistu y tamboril. Un poco más atrás cuatro jugadores del Athletic en atuendo del Club transportan sobre sus hombros la temblequeante imagen de la Amatxu de Begoña y, tras ellos, dos conocidos cocineros locales arrastran una mesa móvil llena de elaboradísimos pintxos y bebedizos autóctonos en botellas de formas diversas. Finalmente, en manada compacta, como un cuerpo con muchas cabezas, se desplaza por la planicie la corporación de Bilbus en pleno. Rodeados de nuevo por un silencio sepulcral, el cortejo llega a la tarima; todos se detienen, el alcalde sube los dos escalones – se oye el crujir de las tablas-, agarra el micrófono con la mano libre y da una bienvenida en clave jatorra ( es su estilo inconfundible, su marca), con su mejor mirada de aguilucho político clavada en la impertérrita superficie del ingenio ovalado de origen desconocido, a cuyos supuestos tripulantes insiste una y otra vez en definir , tal vez de forma abusivamente bíblica, como “seres venidos del más allá”. A continuación el dantzari, acompañado torpemente en la parte musical por el capitoste de la policía municipal, brinda un aurresku al Huevo Galáctico, que no parece conmoverse en absoluto. Y luego no pasa nada. Se crea un nuevo silencio que Nacho de Felipe, amparado en la masa y quemado por no haber sido aceptado en ese comité de bienvenida, aprovecha para hacerse oir con uno de sus trinos: - Gora ta gora beti, haik gora Lapudiiiiiiiiiiii, euskerak bizi gaitu, eta bizi bediiiiiiii…-entona empañado en emotividad mientras echa miraditas a su alrededor esperando que la masa le coree el himno inmortal. Pero en vez de eso le hacen callar de no muy buenas maneras. Incluso un tipo demasiado parecido a Jon Juaristi para no ser él, le acierta en la cabeza desde unos metros más allá con el troncho baboseado de una manzana reineta. Nacho mira furibundo a su alrededor pero, a tenor de lo que ve - una caterva de desagradecidos, la eterna falta de apoyo del genio incomprendido- opta por tragar el sapo y olvidarse del tema. El atardecer está ya dando paso a la noche sobre Bilbus y la escena parece haber entrado en un colapso, un verdadero callejón sin salida del que nadie sabe cómo salir, cuando de pronto acontece algo que atrae todas las miradas: como sacudido por una descarga eléctrica, Azkuna se pone rígido de verdad, los miembros se le pegan al cuerpo, la makila cae al suelo, los ojos se tornan blancos y con una voz como de aluminio que para nada es la suya brama: - Recibid nuestros saludos, habitantes de Euskadia…- el alcalde está, sin duda, en trance, la fuerza galáctica está en su interior, se expresa a su través, un rumor de temeroso asombro se eleva de la masa- somos una civilización lejana con una única pasión: el coleccionismo. Y vosotros, euskadianos sois un cromo escaso, en peligro de extinción y difícil de conseguir. Nos llevamos, por lo tanto, éste ejemplar de muestra. Lo necesitamos. Con él nos basta. No queremos arrebatároslo por la fuerza. Así que os lo pedimos por cortesía. ¿Dáis licencia? Por supuesto, dijimos que sí. Tal vez demasiado rápido. Tal vez con demasiado entusiasmo. Pero fue un clamor único. Sin apenas reticencias. Ni siquiera entre las mismas filas nacionalistas que otrora acogieran como larva política al procer. Al fin y al cabo, a él siempre le habría gustado llevar la imagen de Bilbus lo más lejos posible. Así que tan solo nos quedó presenciar asombrados como el cuerpo de nuestro alcalde comenzaba a levitar de forma solemne, abandonaba la tarima y flotaba hasta lo alto del huevo, donde ya lo perdimos de vista, probablemente engullido por una escotilla invisible. A continuación, la nave tembló ante nuestros ojos , como una imagen televisiva mal sintonizada, y finalmente se desvaneció en el aire mismo sin dejar ni rastro. De Azkuna solo quedó el solitario bastón de mando abandonado sobre la madera. Se desmontó el operativo en un plis-plas, devolvimos a la amatxu a su sitio y muchos de nosotros nos largamos a tomar los vinillos de rigor. En mi caso, Por la Alameda de San Mamés. Había sido un día curioso, sí señor. Conversación no nos iba a faltar.
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1 comentario:
Mu bueno Bruno... pero cortito ¿no?
Venga, venga, mas "tocinillo" je je je
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