Un buen día de turismo en Bilbus, la capital no declarada y mayor centro urbano de Euskadia, puede comenzar con la visita a la gigantesca estatua de Kepa Junkera, situada donde antaño se levantaba el Sagrado Corazón, justo en el arranque de la Gran Vía, carril principal y auténtica espina dorsal de la ciudad. En actitud sentada, con la trikitixa entre sus manos y el característico gesto reconcentrado del que acaba de acordarse de que se ha dejado un fuego encendido en casa, el bardo legendario aparece esculpido en mármol de Treviño con un realismo poco menos que apabullante. En los diferentes niveles del interior de esta obra sin par, el turista va a toparse con el museo del artista y un amplio auditórium, en el que de forma ininterrumpida se representan holográficamente escenas de su prolíficamente agitada biografía musical. Finalmente, y si el tiempo acompaña, disfrutar de una buena fuente de bacalao a la vizcaína con bogavante confitado en una de las dos terrazas situadas a ambos lados de la testuz del músico y compositor, con la ciudad palpitante, ahí, a nuestros pies, va a hacer, a buen seguro, de esta visita un recuerdo imborrable.
Una vez con el estómago lleno, podemos descender paseando por la cosmopolita Gran Vía hasta el muelle-atracadero de la Vieja Estación de Santander , desde donde parten las visitas guiadas en minisub al Casco Viejo Sumergido. Pocas cosas comparables a una experiencia como esta. El ingenioso aparato está adaptado para ocho plazas, aunque se llena en raras ocasiones. Está construido con paredes acristaladas casi en su totalidad que permiten una visión panorámica de 360 grados y dotado de un potente foco ciclópeo frontal que penetra con furia en las aguas turbias para mostrarnos - tras la inmersión, mientras avanzamos como una mancha diminuta devorada por el oceano, flotando en sus entrañas- una Barrencalle con corales de brillos asidrados, un mercado de techo acristalado invadido por plantas como gigantes cabelleras verdes que se agitan en una ondulante danza de lo más solemne y el interior místico y fantasmal de una gran catedral de paredes oscuras donde, casi con total seguridad (aunque la empresa no lo garantiza a un cien por cien), se puede contemplar la lucha por la supervivencia entre feroces colonias de mublesaurios y mojarras descomunales.
Y tras tres horas de un viaje submarino que será imposible de olvidar, suena prudente regresar al hotel, darse una buena ducha y perfumarse para una buena cena y, si hay cuerpo para ello, entregarse despues a una emocionante noche de patxaran enriquecido, real-sex y vodevil en las calles de Bilbus la Vieja, donde el tiempo no existe porque alguien lo robó en el ya triste , aunque no tan lejano, arranque de este siglo XXI.
3 comentarios:
Mira que Julio Verne empezó escribiendo así y ya no pudo parar.
Genial lo del fuego olvidado. Buen hayazgo la guia turística. Divertida entrada, pardiez. ¿Bilbao vuelve a arder?
Bienvenido de nuevo a la vida Bruno Pekín! En buena forma te leo...Vamos calentando motores, que el viaje promete...
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