viernes, 22 de abril de 2011

Camilo superstar




El mes de noviembre de 1975 fue testigo de dos hechos trascendentales: el Generalísimo Franco pasó a mejor vida y a Camilo Sesto se le fue, definitivamente y para siempre jamás, la pinza. Lo primero ya está harto documentado y en cuanto a lo segundo sucedió en el escenario de un teatro de Madrid, sobre el que un barbado Camilo vestido con túnica palestina era poseído por el espíritu de Jesús de Nazaret noche tras noche en “Jesucristo Superstar”, una ópera-rock que, un año atrás, había fascinado al cantante en su versión británica del West End londinense. Salió tan impactado Camilo de aquella experiencia como espectador que a la mañana siguiente del evento, recién levantado en la habitación de su hotel y todavía bajo los efectos de unos cuantos baldes de güisqui escocés trasegados la noche anterior por un puñado de london pubs que su desenfocada memoria le devolvía ahora oscuros, imprecisos y enmarañados… a la mañana siguiente, digo, aún con la legaña en el ojo, sintió que una idea había anidado en su cerebro, y junto a ella la certeza de que estaba llamado a una misión titánica : demostrar que un grupo de artistas españoles, con él al frente, eran capaces de poner en pie una versión de “Jesucristo Superstar” como dios manda. Todo parecía cuadrar sin esfuerzo, como si ya estuviera escrito: Camilo Sesto aún no había cumplido treinta años, tenía por lo tanto una edad ideal para representar al mesías, lucía una voz superior y más en forma que la de ese Ian Gillan de Deep Purple que había encarnado a Jesucristo en la versión de Broadway y , por si fuera poco, por sus venas corría el espíritu de las Fiestas de Moros y Cristianos de su Alcoy natal. Tenía que ser él. Ningún otro. Él, Camilo Sesto, iba a demostrar al mundo que era mucho más que el cantante melódico guaperas de éxitos como “Algo de Mí” o “Amor, Amar”. Así que ni corto ni perezoso se abalanzó sobre el teléfono del hotel dispuesto a poner la empresa en marcha. Una empresa que -¿cómo iba él a saberlo?- acabaría, definitivamente y para siempre jamás, con lo que le quedaba de cordura.
(continuará)

3 comentarios:

nineuk dijo...

Los musicales son máquinas de transtornar a grandes héroes de la canción melódica. Convierten pacíficos doctores jeckyls en Mr Hydes. Ya tu sabes...

Arantza Sinobas dijo...

Creo que hay un momento sublime en la historia personal de Bruno Pekín en un musical con estrella del pop algo baja de brillo incluida, en una ciudad con una lengua propia, digna de recordar....

Anónimo dijo...

"lucía una voz superior y más en forma que la de ese Ian Gillan de Deep Purple"
En este punto he dejado de leer.