Pues sí. Desde ayer me duele un huevo. Y la culpa la tiene Canal Plus. Andaba en pleno zapping cuando algo me llama la atención . Lo veo en directo. Entrando a matar, el diestro Miguel Angel Perera (el torero de moda, nació en 1983, en cuanto aprendió a andar ya se puso a dar pases con los trapos de cocina en el patio de su casa de Puebla de Prior, provincia de Badajoz, para pasar muy pronto a torear carneros con una camisa de su padre a la que introducía un palo de billar por las mangas, o sea que born to be matador, pedigrí genético,¿queda claro?), bueno, total que el tío está entrando a matar su segundo toro (524 kilos, de nombre “Gorrión”, ¡Gorrión¡: no me digáis que no tiene delito la cosa, bien que nos cebemos con uno que se llame “Embustero”, “Negrasuerte” o “Gamberro”, pero ¿cómo se puede hacer daño a uno que responde a “Gorrión” o- como vendría poco después- “Caraalegre”? Eso es de gente inhumana, coño) ¿vale?. Sin previo aviso, en legítima defensa (¡le están matando, joder¡) “Gorrión” le mete voltereta y pitón al diestro. Revolotean en alarma roja capotes y subalternos, y en medio de todo el chaval se levanta, se mira la ingle y…”ahí está”, un huevo al aire, pero al aire-aire, liso, de color marfileño, sin la bolsa peluda que los sostiene, tú sabes, la madre de dios…Un par de horas más tarde el escalofriante parte médico describirá la caricia como “herida por asta de toro con entrada en la región escrotal izquierda con evisceración del testículo y salida por la raíz del pene”. Pa demayarse de solo leerlo, tú.
Los tres comentaristas del Plus otean el huevo escapista y reaccionan al unísono “¡Diosss, cómo debe doler eso¡”, dice Manuel Molés. “Pues sí, sí que tiene que dolé , porque si ya un golpe en esa parte duele, pues…eso…eso…tiene que sé muy doloroso, sí…”, aporta el matador retirado Emilio Muñoz. “Ññññgggggrrrrrunnnnnt sascrogggtñeata grrrrjjjjjietrrrrrrrrrr”, apostilla el maestro Antonio Chanel, Antoñete. “¿Quééééé´?”, le responde Molero por enésima vez…Increíble la perseverancia decodificadora del periodista, es evidente que desde hace unos años, cuando el maestro Antoñete abre la boca lo único que se oye es algo así como el siniestro gorjeo que mete el desagüe del lavabo al final, cuando por ahí se va el último suspiro de agua. Desde luego, nada ni remotamente parecido a esos fonemas ordenados que desde siempre vertebran un lenguaje terrícola.
El caso es que retiran al diestro a la enfermería. La retransmisión corre peligro, porque le quedan cuatro toros para lidiar (los seis eran suyos). Mientras esperamos noticias del quirófano, nuestros tres santones del micrófono nos regalan perlas del tipo: “bueno, ya sabemos que eso (por el testículo) lo que lleva son unos cables que suben parriba, a ver si hay suerte y no se los ha cortao”…”hombre lo questá claro es que con esa parte no va a poder hacer nada al menos en un par de días…”…”yo creo que se lo meterán donde lo tengan que meter y este chaval vuelve a salir”…”pues claro, porque estos son superhombres, están hechos de otra pasta, si esto le pasa a ronaldiño, por lo menos seis meses de baja, ¿verdá maestro?”, “shugggggggggggg ññññññññeigggggggggonoughhhhhh ñxñxhnug”, “¿quéeeeee?”.
Tras treinta minutos de humor sadomasoquista de gran altura vemos que el diestro sale de la enfermería…está pálido como un folio en blanco. En las oscuras tripas de la plaza un médico bregado le cuenta a un correponsal en pleno ataque de náusea que lo que ha hecho es devolver el testículo a la bolsa escrotal con un doble cosido de apaño, que el pene registra un desgarro sangrante y que el diestro se había negado a cualquier tipo de sedante “ya que al no haber comido casi nada en todo el día tenía miedo de que le sentara mal” (te cagas).
Continúa la corrida. Público y comentaristas enloquecen, se bañan de épica, se aferran con toda la piel a una tarde única, inolvidable, de esas que compensan el tedio de tantas otras . Perera sigue a lo suyo, se crece en cada capotazo y empiezan a caer las orejas…Un viento cabrón envuelve de peligro suicida cada gesto del torero. Y cada vez que el asta roza esa entrepierna yo me llevo la mano a los huevos.
Así llega el quinto toro y…le mete otra ostia que no veas, en la otra ingle, le agarra y le pone en órbita, el cuerno entra y la sangre sale, le empapa la pernera del traje en un santiamén, le cae a chorros muslo abajo. Se lo quieren llevar, pero el tío escupe rabia torera como baba la niña de El Exorcista, se incorpora, se hace un torniquete y acaba fundiéndose con el toro en una orgía de sangre compartida, entre el rugido carmina-buraniano de toda la plaza,"to-re-ro, to-re-ro, to-re-ro”. Para entonces, el del traje de luces ya no es que esté pálido, es transparente; además cojea, se escora, se aturrulla, circunvala, girotea, amaña, endereza y finiquita al morlaco con espada y sin rencor. Perera está a punto de derrumbarse. Pero antes le arrastran al burladero, lo pasean por el callejón, lo pierden por una de las bocas oscuras del coso. Mientras un torero de complemento hace lo que puede para liquidar el sexto toro, al héroe le sacan en ambulancia. Hoy está muy grave, al parecer esa segunda cornada le entra quince centímetros y “contusiona la femoral”. Los periódicos del día titulan “Perera, con dos cojones, figurón del toreo” (El Burladero, quiero imaginar que sin cachondeo) o “Vendimia de sangre” (ABC Sevilla, perfecto para una peli de terror con La Rioja como telón de fondo) .
Pero a mí me duele un huevo. El de la izquierda.
Y tal vez algo más.
Los tres comentaristas del Plus otean el huevo escapista y reaccionan al unísono “¡Diosss, cómo debe doler eso¡”, dice Manuel Molés. “Pues sí, sí que tiene que dolé , porque si ya un golpe en esa parte duele, pues…eso…eso…tiene que sé muy doloroso, sí…”, aporta el matador retirado Emilio Muñoz. “Ññññgggggrrrrrunnnnnt sascrogggtñeata grrrrjjjjjietrrrrrrrrrr”, apostilla el maestro Antonio Chanel, Antoñete. “¿Quééééé´?”, le responde Molero por enésima vez…Increíble la perseverancia decodificadora del periodista, es evidente que desde hace unos años, cuando el maestro Antoñete abre la boca lo único que se oye es algo así como el siniestro gorjeo que mete el desagüe del lavabo al final, cuando por ahí se va el último suspiro de agua. Desde luego, nada ni remotamente parecido a esos fonemas ordenados que desde siempre vertebran un lenguaje terrícola.
El caso es que retiran al diestro a la enfermería. La retransmisión corre peligro, porque le quedan cuatro toros para lidiar (los seis eran suyos). Mientras esperamos noticias del quirófano, nuestros tres santones del micrófono nos regalan perlas del tipo: “bueno, ya sabemos que eso (por el testículo) lo que lleva son unos cables que suben parriba, a ver si hay suerte y no se los ha cortao”…”hombre lo questá claro es que con esa parte no va a poder hacer nada al menos en un par de días…”…”yo creo que se lo meterán donde lo tengan que meter y este chaval vuelve a salir”…”pues claro, porque estos son superhombres, están hechos de otra pasta, si esto le pasa a ronaldiño, por lo menos seis meses de baja, ¿verdá maestro?”, “shugggggggggggg ññññññññeigggggggggonoughhhhhh ñxñxhnug”, “¿quéeeeee?”.
Tras treinta minutos de humor sadomasoquista de gran altura vemos que el diestro sale de la enfermería…está pálido como un folio en blanco. En las oscuras tripas de la plaza un médico bregado le cuenta a un correponsal en pleno ataque de náusea que lo que ha hecho es devolver el testículo a la bolsa escrotal con un doble cosido de apaño, que el pene registra un desgarro sangrante y que el diestro se había negado a cualquier tipo de sedante “ya que al no haber comido casi nada en todo el día tenía miedo de que le sentara mal” (te cagas).
Continúa la corrida. Público y comentaristas enloquecen, se bañan de épica, se aferran con toda la piel a una tarde única, inolvidable, de esas que compensan el tedio de tantas otras . Perera sigue a lo suyo, se crece en cada capotazo y empiezan a caer las orejas…Un viento cabrón envuelve de peligro suicida cada gesto del torero. Y cada vez que el asta roza esa entrepierna yo me llevo la mano a los huevos.
Así llega el quinto toro y…le mete otra ostia que no veas, en la otra ingle, le agarra y le pone en órbita, el cuerno entra y la sangre sale, le empapa la pernera del traje en un santiamén, le cae a chorros muslo abajo. Se lo quieren llevar, pero el tío escupe rabia torera como baba la niña de El Exorcista, se incorpora, se hace un torniquete y acaba fundiéndose con el toro en una orgía de sangre compartida, entre el rugido carmina-buraniano de toda la plaza,"to-re-ro, to-re-ro, to-re-ro”. Para entonces, el del traje de luces ya no es que esté pálido, es transparente; además cojea, se escora, se aturrulla, circunvala, girotea, amaña, endereza y finiquita al morlaco con espada y sin rencor. Perera está a punto de derrumbarse. Pero antes le arrastran al burladero, lo pasean por el callejón, lo pierden por una de las bocas oscuras del coso. Mientras un torero de complemento hace lo que puede para liquidar el sexto toro, al héroe le sacan en ambulancia. Hoy está muy grave, al parecer esa segunda cornada le entra quince centímetros y “contusiona la femoral”. Los periódicos del día titulan “Perera, con dos cojones, figurón del toreo” (El Burladero, quiero imaginar que sin cachondeo) o “Vendimia de sangre” (ABC Sevilla, perfecto para una peli de terror con La Rioja como telón de fondo) .
Pero a mí me duele un huevo. El de la izquierda.
Y tal vez algo más.
2 comentarios:
Joderrrrrr, lo he leído a toda ostia, qué dolorrrrrrrr.....aggggggggggggg
El próximo tema que sea más digerible que este me hacía pupita
un saludo,
El Conde
Ole ole y ooooooooooolé. Dos orejas y un rabo para Brunito de Pekín.
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